V Edición

Curso 2008 - 2009

Alejandro Quintana

El mundo animal

Ana Vigo Castillo, 14 años

                   Colegio Alcazarén (Valladolid)  

Melanie llegó al zoológico para ver a los monos. Saltaban y se desplazaban por un árbol. De pronto, se percató que un señor que se encontraba detrás del árbol comenzó a darles golpes. Continuó visitando el lugar, preocupada por lo ocurrido. Estaba distraída. Sin darse cuenta, se tropezó con un joven.

-Lo siento. Estoy repartiendo unos folletos. Toma uno -le dijo el joven.

Melanie recibió el folleto, se despidieron y se dirigió a la jaula de los leones, en donde estaban sus padres. Aquel día se sintió mal con algunas actitudes humanas.

Días después llegó cansada del colegio. Lo primero que hizo fue tumbarse a la cama y no dejaba de pensar en los animales del zoológico. De pronto, desde su cama, observó un papel en el sofá. Era el folleto que le había entregado el joven y que, por haber estado tan distraída, aún no lo había leído.

“Todos podemos colaborar. Ayuda a la asociación protectora de animales”.

En la parte inferior habían unos teléfonos de ayuda. Rápidamente cogió el móvil y se dispuso a llamar.

-Asociación Protectora de Animales...

-Buenas tardes -respondió Melanie-. Quisiera saber cómo puedo colaborar.

-Hay muchas maneras. Puede aportar una suma de dinero que serviría para el mantenimiento de los animales o adoptar alguno de ellos, participar en el voluntariado...

-Me encantaría ser voluntaria.

-Muy bien. Venga a la asociación y rellene una ficha.

Al día siguiente, Melanie fue a la asociación muy temprano. Allí se encontró con el joven del zoológico, que la reconoció:

-La mayoría de personas, apenas leen el folleto que les doy lo tiran. No obstante, me alegra que tú seas una excepción.

Santiago, que así se llamaba, le mostró la sede a Melanie.

Tras unas semanas de colaboradora, Melanie se encariñó de los voluntarios y los animales.

Un jueves, Santiago recibió una llamada:

-Me urge pedirles ayuda. Mis perros se han perdido y no sé qué hacer -anunció una señora.

-¿Me puede dar su dirección? -le preguntó Santiago.

-Sí. Avenida Cervantes 13, 5º a.

-Llegaré allí en unos minutos.

Melanie acompañó a Santiago. La mujer les explicó lo sucedido: su hija mayor había sacado a los perros a pasear y, en un descuido, se habían extraviado. Tanto la familia como Melanie y Santiago, fueron a pegar unos folletos con las características e imágenes de los canes.

Pasaron los días. Los perros no aparecían y la preocupación de sus dueños aumentaba. Sin embargo, luego de tanta espera, llamó un hombre que, gracias a los folletos, había encontrado a los animales. Los dueños, Melanie y Santiago fueron a la casa del señor para recoger a los perros.

-¡Aquela! -llamó Luciana, la hija menor de la familia, al entrar a la casa.

La mascota corrió hasta la niña moviendo la cola. Era una hembra, galgo español. Acarició a la mascota y levantó la mirada.

-¡Doogie!

-Quise decírselos antes, pero la niña entró con tanta alegría que no me atreví a hacerlo -dijo el señor

-¿Qué sucede? -le preguntó Melanie.

-Tan sólo encontré a la perra, no al cachorro

Melanie sintió una punzada de impotencia.

A la mañana siguiente, Melanie repartió más folletos por la ciudad, incluyendo una recompensa que ella misma pensaba pagar. Sin embargo, no recibió ninguna respuesta positiva. Llegó a la asociación con cara de pocos amigos.

-¿Qué te pasa? -le preguntó Santiago.

-Nadie nos quiere ayudar... Doggie no aparece.

-Pero si has logrado muchas cosas.

-Me preocupa mucho Luciana. Quiere mucho a sus mascotas. Además, para serte sincera, cada vez que contemplo la imagen de Doggie, me siento triste.

Una llamada interrumpió la conversación. Era una muchacha:

-He encontrado al cachorro del folleto, pero esta herido. Lo han atropellado. Alcancé a ver el coche de lejos; el conductor huyó. Lo he llevado a un veterinario.

Santiago telefoneó a la familia y después se dirigió a la clínica con Melanie. Al entrar, la muchacha sintió su corazón que latía cada vez más rápido. Doggie era un cachorro de raza beagle. Estaba ensangrentado y tenía los ojos medio cerrados. Melanie se le acercó y acarició su suave pelaje.

Comenzó a visitar al perro herido y ayudaba al médico veterinario en su trabajo. Pasaron las semanas y el cachorro recuperó la alegría.