XIV Edición

Curso 2017 - 2018

Alejandro Quintana

El mundo en un rebujito 

Lucía Redondo de Cabo. 16 años

          Colegio Zalima (Córdoba)  

Él no le hacía daño; se hacía daño ella sola: por ser masoquista, por autolesionarse mentalmente, por quebrarse el pensamiento pensando en él a todas horas, rompiendo en cachitos cada suspiro. Mientras, lo único que hacía era esperar un mensaje suyo. Sus amigas se pasaban horas escuchando música; ella solo tenía ganas de escuchar el sonido de una de sus llamadas.

Pasaron días, semanas y meses. Ella seguía igual, con el alma en vilo, anhelando ver su nombre en la pantalla del móvil. Pero nunca la volvió a llamar. En realidad, no volvió a saber de él en mucho tiempo. Se había esfumado más rápido que su último cigarro, consumido después de una larga calada. Después lo tiró con asco y lo pisó, como había hecho con ella.

Una tarde, ella se miró al espejo. Por fin pudo verse tal y como era: preciosa y desmaquillada, con el rímel corrido, muy natural y con unas ganas locas de vivir. Pensó que tenía una sonrisa demasiado bella como para esconderla detrás de una mala cara, y que muy a su pesar, ya era hora de pasar página. Sonrió. Y mientras se hacía una mueca que le devolvió puntualmente el espejo, decidió borrar todo lo que la tenía anclada al pasado. Incluido él.

Esa misma noche se arregló y se fue a la feria, con ganas de beberse el mundo en un rebujito. Comprendió que ni él era para tanto ni ella para tan poco. Brindó por una nueva vida y por lo que le deparara el futuro. Se alimentó de la alegría que impregnaba el ambiente y bailó con sus amigas. Aquella noche se reencontró consigo misma y ya de madrugada, de camino a casa con los zapatos en la mano, vio cómo amanecía, cómo los pájaros empezaban a cantar. Respiró el aire fresco en una bocanada profunda y le supo a gloria.

Cuatro meses después se paró de nuevo delante del espejo, recordando la noche de la feria. Era extraño. Solo le quedaba darle las gracias a él por haberle dado la oportunidad de aprender. Cuando él se fue, a ella se le abrieron dos posibilidades: estancarse o armarse de valor para volver a ser feliz, aunque fuera sin él. Le costó mucho, pero había conseguido coger su corazón roto y pegarlo con cariño, para así ser más fuerte la próxima vez, aunque en su fuero interno esperaba que fuera la última que alguien se lo rompía.