VI Edición

Curso 2009 - 2010

Alejandro Quintana

El Ojo de León

Patricia Cano, 14 años

                 Colegio Fuenllana (Madrid)  

Corría tras mi hermana. Hacia mucho frío. El aire bajaba por mi garganta y recorría todo mi cuerpo, hasta los dedos de mis pies. Nunca había sentido tanto miedo. Pensar que había dejado allí a la persona que más amaba, me hacía mirar atrás y darme cuenta de lo cobarde que soy.

Escuchaba los gritos de María. Ella era mi prometida, la persona más importante del mundo para mí. No sabía porque esos hombres encapuchados nos habían asaltado en la cafetería del pueblo, pero al montar en el coche con mi hermana, ella me aclaró todas mis dudas: María era la dueña de uno de los cuarenta Ojos de León, joyas que en el siglo XVI regalaban los reyes a sus prometidas. Me di cuenta de que si dejaba que esos hombres se llevaran a María, nunca me lo perdonaría. De hecho, ni siquiera sabía qué hacía todavía sentado, con el cinturón abrochado.

Salí del coche. Tenía en la cabeza tantas cosas... Recordé los buenos momentos que había pasado junto a María desde que la conocí en el colegio, en todas las cosas que me gustaría decirla y nunca le había dicho, en nuestro futuro....

Entré a la cafetería de nuevo. Ví a varios clientes debajo de las mesas y a los camareros y a los cocineros escondidos en la despensa. María estaba sentada frente a ellos. Contestaba a sus preguntas. Cuando se dio cuenta de que acababa de volver, una luz floreció en sus ojos, pero no sabía cómo reaccionar. Le obligué a que dijera el lugar donde había escondido el Ojo. Asintió, pero para sorpresa de todos, dijo que lo había tirado al mar.

Los hombres no le creyeron. Yo sabía cuándo mentía, y en ese momento lo estaba haciendo. El más fuerte de todos ellos se acercó a María y la amenazó.Yo ya lo daba todo por perdido, cuando nos salvó una sirena.

Después de casi tres años, me doy cuenta de que la vida nos dio una nueva oportunidad. Estamos casados, por lo que no me arrepiento de haber corrido en su búsqueda, asumiendo el peligro. A veces me pregunto qué habría pasado si no hubiera dado media vuelta para entrar en la cafetería

Hoy María me ha enseñado una de las joyas más bonitas y más sorprendentes. El Ojo de León tiene una belleza que es difícil de imaginar. Tiene forma de ojo, de ahí su nombre, pero eso es lo único que tienen en común los cuanrtenta Ojos de León, porque todos ellos son diferentes, irrepetibles. El de mi mujer es una esmeralda perfectamente trabajada en forma esférica, rodeada por una cinta de oro, complementada por diamantes y rubíes. También contiene un corazón de platino, que lleva inscrita la letra “P”.

Hemos decidido llamar a la joya “Nuestro Corazón”. Cuando nuestros hijos crezcan, sólo uno de ellos lo podrá heredar.