XV Edición

Curso 2018 - 2019    

Alejandro Quintana

El olor de los libros 

Inés Arasa, 15 años

Colegio Canigó (Barcelona) 

Compras un libro y lo miras con una sonrisa, pensando en la buena elección que has hecho y en lo mucho que disfrutarás leyéndolo. Después de acariciar con una mano la tapa lo abres, pasas las páginas deleitándote en el tacto de las hojas y, finalmente, te lo acercas a la nariz y susurras: «Huele a nuevo>>.

Pero, ¿cómo sabes que ese es el olor de lo nuevo? ¿Quién ha decidido que así es como tiene que oler lo nuevo?

Coges ese mismo libro un año después, lo vuelves a abrir y, si lo hueles, comprobarás que sigue teniendo el mismo olor del día en el que lo compraste. En ese momento te das cuenta de que el libro nunca ha olido a nuevo. Olía a libro.

Archivas esa nueva información en alguna parte de tu mente y, a los pocos segundos se forma la pregunta a la que muy poca gente busca respuesta: «¿A qué huelen los libros?».

Pasas un rato pensándolo y, después de un par de tazas de café, llegas a una conclusión: cada página de un libro tiene un olor diferente. Unas huelen a esfuerzo. Otras a imaginación. A tardes de cansancio. A trabajo. A ilusión. A dolores de cabeza. A noches de insomnio. A palabras. A viajes. A momentos mágicos. A noches de estrés. A emoción…

Podemos decir que un libro huele a todas las experiencias que ha vivido el escritor desde que empezó el primer capítulo hasta que puso el punto final.

Una vez comprado el volumen, a su olor se añade el de las emociones que con él va a vivir su dueño. La sonrisa al comprobar que el protagonista vence sus miedos, la conmoción durante las escenas románticas, la sorpresa ante la llegada de personajes inesperados…

También huele a la Coca-Cola que tomas mientras acababas un párrafo, a la lluvia que cae al otro lado de la ventana, a la mirada que te dirige aquel chico tan guapo mientras estás sentada en el banco del parque con el libro entre las manos y al suspiro que das al cerrar el libro por última vez, antes de dejarlo en la estantería.

Los libros huelen a todo pero a nada en concreto. En todo caso, huelen a recuerdos.