I Edición

Curso 2004 - 2005

Alejandro Quintana

El Papa que agitaba
los corazones

Ana Entrala Bueso, 16 años

                  Colegio Orvalle, Las Matas (Madrid)  

     Juan Pablo II ha sido ejemplo constante de santidad, de amor a Dios por encima de todas las cosas. En su mirada se adivinaba la luz de Cristo. Nos ha demostrado que se puede llegar a ser santo en esta época, que no es un ideal imposible.

     Ha sido un Papa cercano, que se dejaba ver como un cristiano más. No iba en sillas elevadas ni bajo palio, mostrando su majestad, sino que en sus apariciones públicas se ha mezclado con la multitud, permitiendo que los fieles le tocaran, ofreciendo sus manos a todos y besando a niños, ancianos y enfermos.

     Pese a su edad y a sus problemas físicos, que en estos últimos años resultaban hasta dolorosos, le hemos visto como un Papa joven de espíritu y de mente. No había más que ver cómo disfrutaba cuando se reunía con la juventud, a la que siempre ha tenido tanto

cariño, a la que ha dedicado tanto tiempo. ¡Cómo cantaba con nosotros! ¡Hasta bailaba, se olvidaba de lo que tenía que decirnos, improvisaba y se reía con total franqueza!

     Ha sido un Papa entregado en cuerpo y alma a su vocación, que se ha recorrido el mundo varias veces, sin importarle su malestar físico porque con su vitalidad y su salud espiritual le bastaba y sobraba. Esto ha llamado la atención de la gente. Se ha visto, sobre todo estos últimos días, cómo seguía haciendo acto de presencia desde sus aposentos, sin ocultar que ya no podía andar, que apenas movía los brazos, que se quedaba sin voz. Nada importaba. Él seguía a pie de cañón luchando por las almas.

     Ha sido un Papa misionero, peregrino, apóstol. Ha acudido con valentía a todos

los rincones de la Tierra para predicar la palabra de Dios, sin importarle lo que pudieran decir de él y con la esperanza de que sus palabras hicieran huella en los corazones de quienes le oían.

     Las personas que han tenido la fortuna de conocerle, notaban que algo especial se movía en su interior ante el Santo Padre. Se palpaba su santidad. Juan Pablo II tenía a Dios tan cerca, tan dentro de él, que se notaba. Cerca de él, incluso en la multitud de sus encuentros, se experimentaba un sentimiento de paz, alegría e inquietud, como si Dios nos llamara a través de sus palabras y gestos. Te invadían las ganas de ser mejor, de estar cerca de Dios, de amarle.

     Juan Pablo II ha demostrado inteligencia, buen humor, valentía, felicidad y, sobre todo, fortaleza. Ha sido un Papa al que no sólo le queremos por ser Cabeza de nuestra Iglesia, sino por un conjunto de virtudes y valores que le hacían ser respetado y amado por los no cristianos y por los hombres sin fe.

     Pero ya se ha ido. Ahora está donde siempre ha deseado estar, en el destino por el que

tanto ha luchado. Se ha ido el hombre que ha representado a la Iglesia Católica durante 25 años, pero nos queda su recuerdo, sus enseñanzas y, sobre todo, su ejemplo.