XVII Edición
Curso 2020 - 2021
El paraguas verde
María Hernández Merchante, 15 años
Colegio Tierrallana (Huelva)
Una noche de lluvias torrenciales, una chica caminaba sin rumbo por el bosque. Su mirada estaba perdida y avanzaba bajo un viejo paraguas verde, con algunas varillas rotas y sembrado de agujeros por los que se colaba el agua. Podría haberse deshecho de él, pues el paraguas apenas cumplía su función. <<Pero, algo es algo>>, se decía la muchacha, aferrada al mango. Continuó su camino hasta que llegó a un claro del bosque.
Pronto se levantó un viento huracanado, que le arrancó de las manos el único objeto que poseía para protegerse de la lluvia. La chica comenzó a sollozar. Desasosegada, se preguntaba dónde estaría su paraguas.
<<¿Cómo me protegeré a partir de ahora del mal tiempo?>>.
Melancólica, continuó su camino. El temporal apretaba con más fuerza. Pero cuando todo le parecía perdido, atisbó una casa frente a ella. No era demasiado grande: una sala y un porche con dos sillas; eso le bastó.
Acudió a resguardarse. Optó por permanecer sentada en el porche, desde donde observaba el transcurso de la tormenta. Pasadas unas horas, advirtió a lo lejos que el vendaval le traía su verde paraguas, que se posó frente al refugio. La chica vaciló unos instantes antes de correr hacia él. Al recogerlo del barro vio que se encontraba en un estado lamentable, mucho peor que cuando comenzó el aguacero. Lo miró de soslayo y, aunque sabía que el deteriorado objeto no podría escucharla, le dijo:
–Nunca debiste dejar que el huracán te arrancara de mis manos. Pero ahora que has vuelto, sé que si te abandono en medio del bosque acabarás hecho trizas –. Se sonrió–. Te perdono.
Volvió al porche, improvisó una aguja con una hoja de pino y, arranándose un hilo de su abrigo, cosió todos y cada una de las heridas de la tela del paraguas. Cuando acabó se sintió tan feliz que se puso a chapotear en los charcos. La lluvia se había tornado en llovizna. La chica cantaba y reía sin cesar.
Agotada, entró de nuevo en la terraza y se sentó en el suelo para descansar. Desde allí admiró el amanecer. Aferrada al paraguas sintió los cálidos rayos del sol en su rostro, mientras emergía, por fin, entre las nubes.