XVII Edición

Curso 2020 - 2021

Alejandro Quintana

El pianista 

Teresa Franco, 16 años

Colegio Senara (Madrid)

–¿Qué te parece, Alvarito? ¿Te gustaría probarlo?

Era uno de los primeros recuerdos de Álvaro, un niño tímido que se hacía el remolón escondido entre las cortinas. No le contestó a su padre, pero miraba con curiosidad el piano. Él lo tomó en brazos y lo sentó en la banqueta, colocando sus manitas sobre las teclas.

Desde entonces el piano se convirtió en su pasatiempo favorito. Al principio lo miraba con curiosidad. Examinaba las patas, los pedales, la tapa, el teclado... Y cuando se sentía más seguro pulsaba las teclas al tuntún.

Sus padres contrataron un profesor. Después, se matriculó en el conservatorio. 

Tras once años de lecciones, a sus diecisiete, Álvaro se había convertido casi en un profesional. Sus manos se deslizaban por las teclas como el agua por una cascada. Pero el viejo instrumento empezaba a fallar: algunas notas habían perdido fuerza, así que por su decimoctavo cumpleaños sus padres le regalaron un piano de cola con ruedas, que instalaron en el salón de casa. El joven sintió la misma curiosidad de cuando era niño. Incluso percibió cierta electricidad al deslizar los dedos por la negra madera lacada.

Contiguo al salón había un balcón que daba a la calle. Antes de sentarse al piano, Álvaro se aseguraba de que las cristaleras estuvieran bien cerradas para no molestar con sus largas y monótonas prácticas.

Le anunciaron la fecha de la prueba más importante de su carrera. Desde entonces se comenzó a levantar a las siete de la mañana para practicar un par de horas. Después salía hacia el conservatorio, en donde permanecía hasta las cinco, para volver enseguida a casa y repasar lo aprendido. Su mente volaba con las páginas de los pentagramas, que se iban hacia las puertas de cristal del balcón, donde rebotaban para regresar al magnífico instrumento. 

En la semana previa a la competición, Álvaro y su padre sufrieron un accidente. Un automóvil embistió al flanco izquierdo de su coche. El padre quedó en coma y Álvaro apenas con unas heridas. Aquella noche se quedó junto a él en el hospital. Por la mañana le sustituyó su madre, para que pudiese realizar los ejercicios. Pero en cuanto se sentó al piano le temblaron las manos y las notas empezaron a sonar a destiempo, agresivas, como a trompicones. Después de unas horas de lucha contra sí mismo, se vino abajo y rompió a llorar. Pensó que no podría volver a tocar.

Llegó al día de la prueba entre desvelos y angustias. Cuando subió al escenario y echó un vistazo al público, se acordó de su padre, que desde siempre lo había acompañado en las actuaciones, se echó a temblar y se quedó clavado como un pasmarote. Un rato después volvió a su casa con el corazón roto: su carrera, tantos años de durísimo trabajo, se habían esfumado. Pasó unos meses sumido en una depresión. Mediante grandes esfuerzos conseguía salir de la cama para acudir al hospital. 

Tiempo después, una tarde de abril, se asomó al balcón y descubrió a una chica que lloraba en uno de los pisos de la casa de enfrente. Conmovido, pensó en cómo consolarla. Entonces arrastró el piano hasta la cristalera, que abrió de par en par. Se acomodó en el banco, respiró profundamente, colocó las manos y comenzó a tocar <<Para Elisa>>, de Beethoven. Una cortina de lluvia separaba ambos edificios. No le permitía ver a la chica. Ni ella a él. Las notas volaban libres por el aire.

Muchos vecinos se asomaron con curiosidad, por ver quién era el pianista, incluida la chica, que había dejado de llorar.

Al día siguiente, como de costumbre, Álvaro fue al hospital. Mientras aguardaba en el pasillo a que terminaran de limpiar la habitación en la que estaba su padre, se sorprendió al ver a la chica a la que dedicó la canción, que venía por el pasillo. Con el corazón enloquecido, pensó que no podía ser una coincidencia. 

–Perdona… –la detuvo con timidez–. Perdona que te moleste. Me llamo… Me llamo Álvaro y soy tu vecino.

–¿El del piano? –la chica enrojeció–. Hola. Me llamo Natalia.

–¿Qué haces aquí?

–Hace unas semanas mi madre sufrió un infarto cerebral. ¿Y tú?

–Vaya; lo siento... Mi padre está en este cuarto. Hace meses, un accidente de coche... 

Sintieron que compartían un dolor parecido.

–¿Tocarás esta tarde de nuevo?

Álvaro también enrojeció.

–Sí; si dejas tu ventana abierta.