II Edición

Curso 2005 - 2006

Alejandro Quintana

El poder de nuestros actos

María García Casas, 16 años

                Colegio Senara (Madrid)  

    A los dieciséis años, Rocío se dio cuenta de que era una persona más en el mundo, y que para la sociedad tenía el mismo valor que cualquier otro ciudadano.

    Esa reflexión le provocó un gran disgusto y cierta rebeldía, pues siempre había pensado que llegaría a ser una pieza clave para la Historia.

    Un día en el colegio se desesperó, no sabía si llorar o salir corriendo. En clase de Filosofía, la profesora les hizo coger medio folio y escribir cuál era para cada una el sentido de la vida. Rocío, sin pensarlo, escribió: “¿Debo contemplar mi vida pasar o ser su protagonista?”

Al releerlo, se avergonzó de sí misma, arrugó el papel y lo tiró al suelo.

* * *

    Otra tarde más limpiando el colegio. Las mismas polvorientas clases y un mísero sueldo que no le alcanzaba a fin de mes.

    Por si eso fuera poco, el médico le acababa de confirmar que estaba esperando un hijo. Hubiera sido una estupenda noticia para su marido, pero ella era consciente de que supondría un grandísimo problema, pues a duras penas conseguían sobrevivir.

    Sin saber por qué, abrió uno de los muchos papeles del suelo y se encontró con una frase que le obligó a sentarse y a pensar: “¿...ser su protagonista?”

    Al cabo de unos minutos se levantó, decidida a dirigir su vida, a luchar contra cualquier contradicción por esa criatura que crecía dentro de ella. Sería una gran madre.

    Se guardó el papel y cogió el autobús camino a casa, con una sonrisa imborrable en el rostro.

* * *

    Además del día tan ajetreado que había tenido en la oficina, se le rompió el coche de camino hacia el restaurante para la última reunión.

    ¡Cuánto tiempo llevaba sin coger el transporte público!

    Tenía la cabeza tan embotada que había olvidado por qué hacía las cosas. Trabajar no tenía sentido para él, por más que dedicara al trabajo la vida entera.

    Miró de reojo a la mujer que se sentó a su lado. Llevaba una ropa bastante vieja, olía a productos de limpieza y no cesaba de sonreír.

    Al levantarse, se le cayó un papel del bolso. Él lo cogió y, por puro aburrimiento, lo leyó. No entendió el sentido de aquellas frases porque no estaba en disposición de abrir su alma. Pero comenzó a sentirse mal y decidió suspender la comida para acudir a su casa, donde su mujer y sus tres hijos le esperaban desde hacía tiempo.

* * *

    Su padre había llegado antes de lo normal.

    Le hubiera encantado poder contarle, en confianza, que había encontrado el sentido a la vida después de haber pasado unos años de completa aridez interior. Se sentía pletórico, porque de golpe había encontrado todas las respuestas.

    Pero su padre sólo le dirigió la palabra para pedirle que le colgara la chaqueta en el armario.

    Mientras se encaminaba a la habitación de sus padres, vio sobresalir un papel arrugado del bolsillo de la chaqueta. Lo cogió y se lo llevó a su habitación.

    Creyó que lo había escrito su padre, así que en un intento por ayudarle y sin pensarlo dos veces, contestó a la pregunta y escribió en el dorso del papel: “Los hombres poseemos el mayor tesoro: nuestra libertad. ¿Te conformarías con ver pasar la vida?”

    Guardó el papel en un cuaderno y se fue a dormir. A la mañana siguiente se le olvidó el cuaderno en el Metro, camino del colegio.

* * *

    Rocío pensó quedarse en la cama al sonar el despertador, pero al final decidió afrontar un día más.

    Consiguió asiento en el Metro, pero tuvo que apartar un cuaderno del que salió un papel. Su sorpresa fue enorme. Los ojos se le humedecieron, presa de la emoción.

    Comprendió que el mundo era grande, pero ella tenía una misión que realizar. No iba a ser una mera espectadora de la mayor aventura…