VI Edición

Curso 2009 - 2010

Alejandro Quintana

El poder del cine

José María Jiménez Vacas, 14 años

                  Colegio El Prado (Madrid)  

El cine y la literatura son dos medios muy diferentes. Lo que en uno puede funcionar, en otro queda forzado, absurdo o sencillamente aburrido. Digo ésto en contestación a un artículo que leí referente a la indispensable película de 1982, titulada “Blade Runner”, de Ridley Scott, adaptación al cine de la novela de Philip K. Dick “¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?”.

Nada cabe decir en contra de la poderosa novela de Dick, probablemente, y junto con Isaac Asimov y Arthur C. Clarke, el autor contemporáneo que con más profundidad y acierto ha tratado el género de la ciencia ficción en literatura. No obstante, resulta absurdo emplear este argumento para atacar la película de Ridley Scott, pues se trata de una de las mejores adaptaciones al cine que jamás se hayan hecho de una obra literaria, no ya del referenciado género de la ciencia ficción sino de cualquier género literario. Puede decirse que raya a la altura de otras adaptaciones al cine de la talla de “El Gatopardo”, de Luchino Viscontti (sobre la obra de Lampedusa), “El Padrino”, de Francis Ford Coppola (sobre el libro de Mario Puzo), “El resplandor”, de Stanley Kubrick (que mejora la obra de Stephen King) o la reciente adaptación de “No es país para viejos”, de los hermanos Coen (sobre la base de la novela homónima de Cormac McCarthy).

Es cierto que otras obras de Dick han sido desvirtuadas en su adaptación cinematográfica con el empleo, a veces desmedido, de recursos como la violencia o la acción desenfrenada, como es el caso de “Desafío total”, de Paul Verhoven, o “Minority Report”, de Steven Spielberg, pero el caso de “Blade Runner es muy distinto. Su portentosa mezcla de cine negro, drama, romanticismo y ciencia ficción, todo ello envuelto en un halo de fatalismo que recuerda a las mejores películas de los años cuarenta de Hollywood, perdura en la actualidad y, a pesar de ser una cinta de principios de los ochenta y a pesar, también, de los constantes plagios y referencias a su estética, a sus personajes o a su trama en el cine de los últimos veinte años, jamás ha sido superada y, a día de hoy, no extraña que sea considerada un clásico de la historia del cine y una película de culto para legiones de admiradores.

No negaré que la película muestra escenas de violencia (escasas y para nada de mal gusto, en comparación con el cine de nuestros días), pero resultan tan estilizadas, tan conmovedoras y cargadas de sentimiento y fuerza, que es imposible echárselas en cara a su director. Aun así, debe tenerse en cuenta que el cine, al contrario que la literatura, es principalmente espectáculo y entretenimiento. Un libro puede detenerse en detalles, puede desarrollar reflexiones más o menos acertadas y dedicar páginas y páginas a pensamientos y opiniones de sus personajes. Es un medio que cuenta con esas posibilidades y parte con ventaja en ese aspecto. El lector está dispuesto a seguir al autor en su narración, por muy intrincada, dilatada o críptica que sea, porque forma parte del ejercicio de la lectura. En el cine, ésto no ocurre. Un libro puede extenderse a lo largo de cientos y cientos de páginas, pero una película no debe durar más de tres horas. Al adaptar una novela de varios cientos de páginas, como es el caso de “Blade Runner”, el director y el guionista deben elegir con qué quedarse, deben decidir qué historia quieren contar y no perderse en subtramas que en el libro resultan claves, pero que en una película no suponen más que un lastre. El espectador no tiene la misma paciencia que el lector, y ésta es la idea de la que se debe partir en una adaptación.

Dicho ésto, “Blade Runner”, en mi opinión, acierta al centrar su historia en la naturaleza de unos seres tan fascinantes como son los “replicantes”, androides de apariencia humana, esclavizados por el hombre, que deciden rebelarse y buscar a su creador con el fin de obtener respuestas, pues son conscientes de que su tiempo es limitado. Esta conducta acaba por hacerles, a ojos del espectador, más humanos que los propios hombres, que les buscan para liquidarles, por lo que esta película en ningún momento hace referencia a la inferioridad de estos seres.

La escena cumbre, al final de la película, cuando el “replicante” -interpretado de forma hipnótica por Rutger Hauer- decide salvar la vida de su perseguidor (Harrison Ford) y, bajo una lluvia torrencial, realiza uno de los monólogos más profundos y sentidos sobre la condición humana que se recuerdan en la historia del cine (y que, además, no figura en la novela de Dick), es tan sumamente bella, tan despiadadamente melancólica, que no cabe más que aplaudir la maestría de todo el equipo de la producción al completo. Ridley Scott logra con su película crear en el espectador una duda existencial que iguala (o supera) a la planteada en el libro, sin necesidad de filosofar ni divagar a lo largo de innumerables páginas. Su simbolismo y su carga religiosa ha sido motivo de debate desde su estreno, y es imposible no considerarla una obra maestra revolucionaria de nuestro tiempo.

Al contrario de lo que mucha gente piensa, el cine se ha acercado en mucha ocasiones al género de la ciencia ficción sin tener que recurrir a la violencia o a la acción más agresiva. Valgan, como ejemplo, la magistral, contemplativa y ambigua “2001: una odisea del espacio”, de Kubrick; la inquietante “Solaris”, de Andrei Tarkovski; la muy reciente “Moon”, de Duncan Jones; la imaginativa y alocada “Brazil”, de Terry Gilliam; la divertida “El dormilón”, de Woody Allen; la adaptación de la novela de George Orwell “1984”, de Michael Radford; “Metrópolis”, de Fritz Lang…