XVII Edición

Curso 2020 - 2021

Alejandro Quintana

“El Principito”,
fuente de reflexión  

Paula Contreras, 17 años

Colegio Senara (Madrid)

La novela "El Principito", de Antoine de Saint-Exupéry, tan conocida y apreciada por miles de lectores, puede resultar a primera vista un libro infantil, al ser muy breve y contar con ilustraciones. Sin embargo, es al leerlo cuando uno se da cuenta de la genialidad del autor, que escribió una obra memorable para un lector sin edad. Este clásico de la literatura va más allá de las apariencias, brindándonos –por medio de una historia– un gran número de lecciones profundas y vitales: el disfrute de las cosas sencillas, el valor de la amistad o que lo esencial es invisible a los ojos, pues sólo se ve con el corazón. 

“El Principito” ofrece un reflejo muy interesante sobre la persona y nuestro modo de pensar y actuar. Su simple trama resulta un descubrimiento acerca del sentido de la vida. 

El Principito es príncipe de un minúsculo asteroide, apenas más grande que una casa, que se encarga de cuidar con esmero. A él le bastan pocas cosas para vivir: atender a su rosa, deshollinar sus tres volcanes, disfrutar de las puestas de sol, desarraigar los baobabs que amenazan con hacer estallar su hogar y hallar respuesta a las cuestiones que le asaltan a medida que va conociendo el vasto universo y sus personajes. Nos enseña que la felicidad no está en acumular cosas sino en expandir el corazón, lección, por cierto, que hemos aprendido durante la pandemia del coronavirus.  

El Principito se caracteriza por poseer un alma cándida, frágil y sincera. A pesar de ser un niño, posee cierto grado de madurez y seriedad, pues tiene una explicación sencilla para cosas que no son tan elementales como parecen. Al mismo tiempo, está tan lleno de curiosidad que no deja nunca de preguntar. 

El aviador es la representación del escritor, Antoine de Saint-Exupéry. Debido a una avería de su avión en el desierto del Sáhara, conoce al Principito, quien le cuenta su sorprendente historia, acerca de su diminuto planeta, de su viaje por el cosmos y de los variopintos personajes que ha conocido. 

El aviador se siente confuso, pues ve la realidad con ojos de adulto, a pesar de que en su niñez fue inocente e inquieto, hasta que le impusieron límites a su imaginación. Los adultos le dijeron que sólo había un sombrero donde él veía a una boa que se había tragado a un elefante, y que debía centrarse en saberes más importantes. 

Todos teníamos ilusiones durante la infancia, sueños que pensábamos perseguir hasta el final, pero a medida que nos hicimos adultos nos vimos obligados a abandonarlos, incluso a renegar de ellos. Nos han hecho creer que no hay lugar ni tiempo para ensoñaciones, que tenemos que amoldarnos a los intereses de la sociedad y al egoísmo personal. Por eso nos invade el miedo al ridículo, el temor al qué dirán, pánico a manifestar lo que nos queda de creatividad, a dar rienda suelta a nuestra imaginación, a desvelar aquello que nos llena de vida y esperanza. Inconscientemente nos convertimos en hombres y mujeres sin frescura ni ingenuidad, individuos inseguros como el aviador. 

Busquemos al Principito, para soñar, aprender y conocer con asombro. Sólo así nos centraremos en lo que de verdad importa.