V Edición
Curso 2008 - 2009
El pueblo de las virtudes
Víctor Fernández Navarro, 15 años
Colegio CEU Jesús María (Alicante)
Hubo un pequeño pueblo en la costa, que solo tenía una decena de pequeñas casas habitadas por unas pocas familias. Una de ellas era la familia de los pescadores, que poseían una vivienda sencilla y un pequeño barco. Andrés y su esposa vivían de lo que pescaban, sin ambicionar ni codiciar otros bienes que aquellos que necesitaban para mantenerse. Los carpinteros eran también un ejemplo de constancia y dedicación. Sus muebles eran conocidos en toda la comarca, dado el esmero con el que trabajaban la madera. También era famosa una anciana, experta en la reparación de relojes. Era conocida su generosidad.
En el pueblo era también famoso el horno de pan: Elisa era una mujer paciente que preparaba unos bollitos codiciados, tanto por niños como por adultos. A los niños les encantaban esos panecillos y los comían a todas horas. Tal vez las circunstancias hacían que aquella chiquillería madurara antes que los niños de ciudad.
El médico de la villa, sin embargo, era sumamente envidioso. Disfrutaba con los excesos: comía cuanto le apetecía y lo mismo podríamos decir que hacía con la bebida. Para costear sus gastos, cobraba altas sumas de dinero por sus visitas.
Los vecinos encontraron la forma de hacerle cambiar de actitud cuando la marea se llevó su barco, un símbolo de poder para el médico, en el que había invertido buena parte de su fortuna. El galeno consideró que aquella mala suerte sería acogida con agrado por las familias del pueblo de las que se había aprovechado. Pero no fue así.
Pronto los habitantes prepararon una patrulla de búsqueda; los carpinteros repararon el barco de Andrés, la relojera preparó una brújula con las piezas que le sobraron de un gran reloj. Y por último la panadera, haciendo gala de su paciencia, se quedó junto al médico, preparándole sus famosos bollos para que éste se olvidara de sus preocupaciones.
A las pocas horas, los pescadores volvieron con el barco del médico sin que su casco hubiera sufrido un solo golpe. Aquella escena en la bocana del puerto obligó al médico a plantearse la actitud que había mostrado hasta entonces. Comprendió que la avaricia y la envidia no conducen a nada bueno, que merece la pena la templanza a la hora de disfrutar de los bienes.
Hubo un pequeño pueblo en la costa, cuyos habitantes eran famosos por sus virtudes.