III Edición

Curso 2006 - 2007

El reencuentro

Remei Pallàs, 16 años

                 Colegio Canigó (Barcelona)  

    Estás sentada, mirando fijamente al suelo, absorta en tus pensamiento. Tu sonrisa no tiene vida desde que te han dado la noticia.

    Crees estar esperando el autobús, pero has dejado de preocuparte por ello. Hace rato que no miras ni al horizonte ni tu reloj. El día es tan gris que no parece que el sol exista. Y así te sientes tú: triste, sin ánimos, agotada. Todos se han compadecido de ti, pero saben que no pueden hacer nada por animarte. Tú tampoco. Incluso has perdido las ganas de llorar. “No merece la pena”, te has dicho a ti misma.

    En tus labios sólo hay restos del carmesí que te los hacían tan atractivos. Tu pelo está recogido en un moño alicaído, tú que siempre decías que las gomas rompen el cabello. Aunque eres consciente del frío que hace, llevas la chaqueta sin abrochar, y la bufanda en el bolso. “¡Qué mas da!”, te repites una vez más.

    Empiezas a escuchar música, lo que siempre te ha animado. Pero sólo consigues aislarte del mundo aún mas para darle vueltas a que ha sucedido. Lo dejaste todo: hogar y familia. A tu madre se le llenan los ojos de lagrimas cada vez que llamas a casa, lo que cada vez es menos frecuente. Tu padre nunca dice nada, pero le oías cerca de tu madre como haciéndose el despreocupado. Él, más que nadie, se había opuesto a tus planes. Pero claro, es tan fácil pensar que son los otros quienes se equivocan.”Si pudiera volver atrás...” piensas, cómo si fuera tu única esperanza. Sabes que es imposible.

    Estás hambrienta. Te das cuenta de que cenarás en algún bar, sin compañía, bajo una luz tenue. Te tragarás los recuerdos con la comida: aquella promesa, aquel sueño..., que ahora parecen tan lejanos e irreales. Sólo hace una hora que has llegado a la tierra.

    “¿Cómo no me di cuenta?”, te preguntas. Y no obtienes ninguna respuesta. Aparece el autobús. Después de tanto lujo, habías olvidado el transporte público. Coche arriba, coche abajo..., la cuestión era llegar justo a tiempo. Olvidaste el placer de las pequeñas cosas: mirar por la ventana para disfrutar del paisaje, aceptar con dulzura que al día siguiente deberías levantarte un poco antes.

    Así que prefieres aguardar al siguiente. Días como hoy ya habían sucedido antes, pero solo te provocaron dudas y miedo. Miedo a que el tiempo, que lo cambia todo, ya no te permitiera ser la misma, a que ya no dieras la talla. “Es humano sentirse así”, te decías, sin atender los consejos de tus amigas. Amigas que has perdido por el camino. Se han cansado de que no las escuches.

     “Hay otra mejor”, te habían dicho aquel mediodía. Palabras que parecían imposibles en la boca de quien te había dicho tantas veces que tu talento era único, irrepetible. Tú, que habías realizado tantos sacrificios; tú, que habías pasado hambre para vestir aquellas prendas de diseñadores famosísimos; tú, que eras la envidia de las que se miraba las revistas de moda.

    “Ahora no eres más que una foto bonita pero arrugada por el tiempo”, te habían dicho. Seguías siendo una fotografía bella, pero vieja. Eso significaba decir adiós a todo. Tu cuerpo, moldeado con perfección y con el que habías echo tanto dinero, ya no era suficiente. A partir de ahora nadie contaría contigo.

    Te tiembla el bolsillo derecho. Esta sonando una música aguda. Después de unos segundos de duda, coges el móvil, miras la pantalla. Esperas escuchar la voz de David, tu representante. Con un poco de suerte, sólo habrá sido un mal día, una pesadilla.

    Pero te encuentras con tu madre.

    Te tiembla la voz. Dices palabras sin sentido, escondidas por las lágrimas.

    - Hija, vuelve a casa, que se ha hecho tarde.