XIV Edición

Curso 2017 - 2018

Alejandro Quintana

El reflejo 

Lucía Senciales, 15 años 

              Colegio Sierra Blanca (Málaga)  

A su cabeza volvía, una y otra vez, la meta secreta que se había propuesto al principio del año: quedarse tan delgada como las modelos de las revistas, a pesar de que los huesos se le empezaban a marcar como si llevara un disfraz de esqueleto. Suspirando, se levantó y se dirigió al cuarto de sus padres.

Lo que más le llamaba la atención de la habitación era la gran ventana, que solía estar entreabierta y dejaba pasar la brisa, que agitaba con suavidad los visillos, así como un espejo de cuerpo entero, alto y ancho.

La chica observó su reflejo con ansia.

«No, no, no… ¡Estoy horrible!», se recriminó. «Tengo las piernas demasiado grandes, los muslos gruesos, como los brazos, y parece que me hubieran metido bolas de pan en las mejillas. ¡Parezco un monstruo!».

Se había convencido de que todo el instituto comentaba su pretendida gordura a sus espaldas.

«Cómo me han mirado esta mañana… Se reían por lo bajo, como si no me diera cuenta. Pero estoy tan espantosa que no sé cómo puedo mantener la cabeza en alto». Inspiró hondo, agarrándose la cintura como si quisiera eliminar sus huesos con tal de verse mejor. «Quiero morirme…». Lloró, golpeando el espejo con las manos.

Unos minutos más tarde, con los ojos aún cerrados, se frotó las mejillas mojadas y se dijo:

«Tengo que adelgazar más para ser más guapa».

Abrió los ojos para contemplar su imagen y retrocedió asustada.

En la superficie pulida de cristal estaba ella, pero a su izquierda y derecha había otras dos figuras exactamente iguales a la muchacha, aunque con ciertos matices: ninguna estaba tan delgada como ella. La de su izquierda parecía algo mas joven y la inocencia se reflejaba en sus ojos; la de la derecha, daba la sensación de ser un poco más mayor y sus pupilas reflejaban una madurez fuera de lo común, junto con una serenidad que la hacía muy hermosa. Pero había algo que resultaba inquietante: sus contornos se notaban borrosos, como si fuera una realidad incierta.

Con cautela movió una mano. Las tres imágenes repitieron su gesto, la de la derecha dejando una estela borrosa en el espacio que la rodeaba. La chica bajó el brazo, y las otras dos hicieron lo mismo.

—¿Quiénes sois? —se atrevió a preguntar, titubeante.

El reflejo más joven dio un paso y dijo:

—Yo soy tu pasado. El reflejo que tienes justo delante de ti es tu presente.

La imagen de la derecha habló:

—Yo soy tu futuro.

—¿Y por qué estás borrosa?

—Porque es probable que nunca exista.

La muchacha sintió un súbito mareo y tuvo que sentarse en la cama de sus padres, sujetándose la cabeza. Se sentía terriblemente débil. Con cautela, levantó la mirada. El reflejo de la derecha estaba aún más borroso.

—Somos tú y tú eres nosotras. El pasado ya ocurrió: por eso puedes verlo. Muestra inocencia porque antes no conocías ni te importaban las miserias que ahora hacen que te sientas fea y frágil. Y yo soy borrosa porque el futuro que el destino ha planeado para ti tiene muchas probabilidades de no suceder jamás.

—¿Por qué?

—Porque estás al borde de la muerte.

Su figura del pasado se fragmentó en muchas imágenes que representaban situaciones que le habían ocurrido, buenas y malas. Las buenas las había ignorado y se había dejado llevar por las negativas.

Los visillos se movieron como las sábanas que cubren a un fantasma, finas y semitransparentes, como un futuro que podría no ocurrir.

Se preguntó si acaso no se había convertido en esa sensación, en una ilusión de su propio yo.

El reflejo del futuro susurró débilmente, con los trazos difusos como un boceto medio difuminado por una goma de borrar:

—Si aparezco como un mero reflejo casi desaparecido es que aún puedo ocurrir. No pierdas la esperanza.

A la chica le dio la impresión de que ella misma se estaba volviendo borrosa.

—Quiero reír... —dijo con unas lágrimas que parecieron distintas—. Quiero llorar… Sé que sufriré tanto como todos los chicos y chicas de mi edad, pero eso ya no me importa. Quiero abrazar y que me abracen. Quiero amar y necesito amarme. ¡Quiero vivir!

Sus miedos se hicieron añicos, como el espejo frente al que se había condenado tantas veces.

Un estallido de luz. Un sonido. La voz de su hermano, alarmado.

Vivía.