X Edición

Curso 2013 - 2014

Alejandro Quintana

El regalo

Pilar Cano, 14 años

                 Colegio La Vall (Barcelona)  

“Este relato es un homenaje a las víctimas del accidente ferroviario que sucedió cerca de Santiago de Compostela, el 24 de julio de 2013. Deseo que el lector pueda tener presente a los pasajeros que lo sufrieron y a sus familias, que nos ruegan que no les olvidemos.”

Apenas quedaban unos instantes para llegar a su destino. Fue a ponerse en pie cuando una fuerza le empujó contra el asiento. El tren acababa de tomar una curva cerrada. Entonces notó un temblor acompañado de un estruendo chirriante.

Le golpeó una maleta en la cabeza y otro pasajero le hizo lanzó contra las ventanillas del lado se su plaza, que se habían hecho añicos. Pensó que de aquel golpe terrible su cuerpo se había partido en dos, o que había muerto... Un dolor insoportable le hacía retorcerse por dentro.

Olía a humo, a plástico quemado, a gasoil... Era incapaz de moverse. El golpe que había recibido en la cabeza le había dejado casi inconsciente y le faltaba el aire. Apunto de abandonar cualquier esperanza, los brazos de dos hombres lograron rescatarle entre el amasijo de la carrocería.

David notó el aire caliente sobre la cara. Respiraba, pero se mantenía con los ojos cerrados y sin poder emitir palabra alguna. No sentía los pies, tampoco las piernas ni los brazos… No sentía un solo miembro de su cuerpo.

-Abre los ojos, ¡vamos! –una voz llegó como un susurro, desde muy lejos, hasta sus oídos.

Le parecía que todo iba a cámara lenta.

Llegó otra ambulancia a la zona del accidente. Los miembros de la policía, los bomberos, otros especialistas y los vecinos del lugar continuaban en su desesperado intento de rescatar a los accidentados para trasladarlos al hospital.

Un par de hombres cogieron a David y lo tumbaron en una camilla. Lo introdujeron en la ambulancia, en donde le colocaron una mascarilla de administración de oxígeno. David noto el aire limpio que entraba en sus pulmones. Por fin pudo toser para expulsar humo y cenizas.

Abrió los ojos, pero no vio nada.


16 de septiembre.

Aquel fue un día muy importante para David y su familia.

Él echaba de menos poder tocar el piano, interpretar sus partituras y ver la reacción de sus padres. Extrañaba poder leer, decirle a su madre lo guapa que estaba o avisarle a su padre que aquella mañana había olvidado afeitarse. David estaba de nuevo tumbado sobre una camilla. Sus padres se encontraban a su lado, atentos ante lo que iba a decirles el doctor.

-Como alguna vez les he explicado, los ojos están conectados al cerebro a través del nervio óptico, que lleva los impulsos eléctricos hasta el lóbulo occipital. Ahí es donde David sufrió el daño más grave. Ahora bien, después de dos meses de rehabilitación, al fin hemos podido realizar la operación.

El doctor se acercó a David y, poco a poco, le fue retirando la venda.

-Ya puedes abrir los ojos, muchacho.

Lo primero que captó fue una luz pálida que lo inundaba todo. Parpadeó unas cuantas veces y logró distinguir siluetas desenfocadas que, poco a poco, se hicieron un poco más definidas. Giró la cabeza y se encontró con el rostro de su madre. Inmediatamente después miró a su padre.

David había recuperado la vista.

Meses más tarde.

David y su familia acudieron de nuevo a Santiago de Compostela. Se unieron a algunos de los supervivientes y a todos aquellos que aquel aciago día les rescataron del tren. Al observarles, David percibió la sombra de la tristeza y la pérdida.

Muchos pasajeros aún sufrían las secuelas del accidente.

Semanas después David recibió el alta en el hospital. Su vista había vuelto a la normalidad. Sólo le quedaban pequeñas cicatrices y leves quemaduras en el cuerpo que llevaría consigo toda la vida. Pero procuraba ser optimista. Seguía vivo, y lo veía como un regalo.