XVII Edición

Curso 2020 - 2021

Alejandro Quintana

El regreso 

Esteban Darío Vera Cruz, 14 años

Colegio Nuestra Señora del Pilar - Arequipa (Perú)

Sayani estaba muy asustado. Acababa de encontrar a su padre en un lugar recóndito de las laderas orientales de la cordillera de los Andes, preso de unos guerrilleros que llevaban consigo una bandera roja con un símbolo amarillo en una esquina. Eran los terroristas de Sendero Luminoso.

Detrás de un arbusto observó la parte exterior de la guarida. A su padre lo habían atado junto a la puerta. Sin que sus secuestradores se dieran cuenta, logró aflojarse las cuerdas y arremetió contra uno de ellos. No tardó en recibir un disparo. Al comprobar que estaba muerto, los terroristas se marcharon por la arboleda, uno de ellos maldiciendo el golpe que había recibido.

Sayani corrió hasta el cadáver y rompió a llorar mientras lo abrazaba. Con sus manos trató de detener la hemorragia que la bala le había causado, pero fue inútil. Entonces decidió dejarlo en donde estaba, le llevó unas flores que encontró a pocos metros y se dispuso a regresar a su hogar. 

Cuando arribó, todo estaba destruido: las casas, los graneros, los corrales… 

–¿Dónde está mi madre? –preguntó a unas mujeres.

Nada más encontrarla, le dijo con los ojos enrojecidos: 

–Unos hombres han disparado a papá y no se despierta.

Ella rompió a llorar y abrazó al niño, que trató de consolarla. 

Horas más tarde Sayani se fue a merodear por un arroyo cercano para tratar de olvidar lo sucedido. Se quedó paralizado al encontrarse en un vado con unos cuantos cuerpos flotando en la corriente. La mayor parte estaban mutilados, y todos tenían heridas de bala. Se trataba de los hombres y niños de su aldea. Golpeado por la impresión y la tristeza, echó a correr. Se había levantado una niebla densa. A través de la calígine distinguió las últimas llamas que quemaban el pueblo. Se abrazó a su madre y se tumbó junto a ella para pensar en todo lo que había vivido en un solo día, hasta que se quedó dormido. 

Semanas después los Senderistas regresaron a la aldea. Venían a organizar unos almacenes para alimentos y armas. La vegetación del lugar los haría invisibles para los helicópteros y las patrullas del ejército. 

La madre de Sayani agarró las pocas cosas que había podido salvar y se llevó consigo al niño, dispuesta a escapar a lo más profundo de la selva. Después de caminar durante días alcanzaron un puesto militar, donde decidieron descansar y, más tarde, fundar un nuevo hogar. Allí la madre se encargó de educar al niño, que a su vez exploraba la región para conseguir alimentos. 

Al cumplir los quince años escuchó que los militares habían organizado una ofensiva contra el grupo criminal. Después de contárselo a su madre, esta decidió encomendar al espíritu Tsomiri el cuidado de sus vecinas.

En esa misma noche escucharon disparos y explosiones en la distancia. Al puesto militar iba llegando la información de lo que sucedía alrededor de la antigua aldea. Sayani, curioso, se enteró de que todas las mujeres y los niños habían sido evacuados, pero a través de la radio se oían alaridos y mucha violencia. Comprendió que con la misma fiereza que los terroristas asediaron a su pueblo, estaban siendo castigados por el ejército.

El capitán de la expedición anunció a los periodistas llegados desde Lima que habían eliminado a la mayoría de los Senderistas, y que los supervivientes esperaban en el puesto militar para ser interrogados. La villa de Sayani al fin estaba limpia. Sus habitantes podían regresar. 

Sayani y su madre agradecieron a los soldados del puesto por los años que les habían permitido vivir bajo su amparo, y volvieron a su aldea dispuestos a recuperar su libertad.