XIV Edición

Curso 2017 - 2018

Alejandro Quintana

El reloj del lector 

Ignacio Andrés Coromina, 15 años 

            Colegio Altair (Sevilla)  

«Para Víctor, la mejor hora del día era la de irse a dormir. Y no porque deseara que se le cerraran los ojos, sino porque se permitía vivir una aventura: una vez en la cama, sacaba una novela y una linterna de debajo del colchón, y leía y leía hasta que el carillón del reloj de su abuelo marcaba desde el salón la una y cuarto de la madrugada.

»En una ocasión, le gustó tanto una descripción que, sin encomendarse a Dios ni al diablo, arrancó la página y se la guardó en el bolsillo del pijama. Y eso que Víctor leía libros de prestado, porque los de su casa habían pasado por sus manos más de una vez. De modo que, sin ningún cargo de conciencia, devolvió aquel ejemplar al amigo que se lo había dejado, sin advertirle que lo había mutilado.

»Dos semanas después, el reloj del abuelo se paró mientras Víctor esperaba impacientemente la hora de irse a dormir. Al reparar en el silencio del segundero, se dirigió a la biblioteca de su abuelo, donde había una pequeña caja de madera que contenía la llave para darle cuerda al reloj. Al abrirla se encontró una nota que decía: Si un lector arruina un libro, por toda la eternidad su tiempo quedará detenido. No entendió el mensaje, así que no le dio mayor importancia, pero cuando volvía a su cuarto se dio cuenta de que, por mucho que movía los pies, no avanzaba. Después de un buen rato en el mismo lugar, cayó rendido, se le fueron cerrando los ojos y, poco a poco, pasó a la otra vida».

—Meses después, llegó a nuestra tienda dicho reloj. Ahora, dígame, ¿realmente desea comprarlo?