V Edición
Curso 2008 - 2009
El Robinsón del submarino
José Ignacio Terrés, 14 años
Colegio El Redín (Pamplona)
El submarino Selkirk estaba efectuando unas pruebas antes de su uso para actos de guerra. Navegaba frente a su país, cerca del archipiélago chileno Juan Fernández, formado por tres islas situadas en el sur del océano Pacífico, a más de quinientos kilómetros frente a la costa de Valparaíso y del puerto de San Antonio. Las islas se llmanan Robinson Crusoe (también conocida como “Más a tierra”); “Alejandro Selkirk”, que daba nombre al nuevo submarino nuclear (“Más afuera”), y el islote de Santa Clara. El archipiélago pertenece a la región de Valparaíso y su capital es Robinson Crusoe, el protagonista de la novela de Daniel Defoe. Es de origen volcánico y de reciente formación.
La tripulación contaba con diez días para efectuar las pruebas: sumergirse, utilizar el radar, poner los motores de combustión interna al máximo, comprobar y asegurar las escotillas, lanzar algún que otro misil… Un tripulante, Luis Miguel Malaspina Meza, nieto del famoso escritor Aurelio Díaz Meza y bisnieto del explorador y navegante Alejandro Malaspina, formaba parte del grupo de sumersión. El llamado Miguelito por sus amigos y compañeros, era famoso entre los marinos. Ingeniero naval, su vocación se decantó por los océanos, como su bisabuelo. Tenía una gran devoción por la Virgen de los Mares. Antes de salir de hacerse a la mar, le rezaba un rosario. Completaba otro al regresar.
A las doce del mediodía de la segunda jornada, tenían prevista una nueva inmersión. Para sumergirlo, se introduce agua en los tanques de lastre hasta que se alcanza la profundidad deseada. Una vez sumergido el submarino y hechas las pruebas necesarias, dieron potencia a los inyectadotes de aire comprimido (para que el submarino regrese a superficie, se inyecta aire comprimido dentro de los tanques para expulsar el agua y así ascender). Don Carlos, el almirante al mando, estaba al lado del timonel. Pero no conseguían que la nave abandonara el fondo. Así que el almirante presionó el botón de alarma y dio las instrucciones pertinentes por megafonía.
En la escotilla principal, la de popa comenzó a formarse una gotera. El encargado de la limpieza tuvo la insensata idea de apretarla girando la llave hacía el lado contrario al que debía. En un instante comenzó a entrar una tromba de agua a presión.
Miguel formaba parte del equipo de rescate que se paseaba con un moderno equipo de buceo, fabricado con tejidos cubiertos de goma estanca. Unas válvulas le permitían regular la presión del traje y, de este modo, controlar su capacidad de flotar. El equipo auxiliar estaba formado por zapatos pesados para que el buceador se mantuviera vertical, con placas de plomo en la espalda y el pecho. Una manguera con cables de teléfono conectaba al buceador con el submarino para mantener una conversación continua.
Pedro y Miguel abandonaron la nave por la cámara de popa en el sumergible oceanográfico que poseía el submarino. Rodearon el pecio para comprobar qué había ocurrido: la hélice se había enganchado a una vieja red de pescadores, atada al fondo marino.
Miguel y Pedro comenzaron a cortar la red, iluminados por un foco de gran voltaje. Ya la habían sajado cuando el foco se fundió y falló el sistema de comunicación. Los submarinistas volvieron a la nave completamente a oscuras. Pedro iba el primero y no se dio cuenta de que Miguel se había golpeado la cabeza y había comenzado a hundirse en los abismos, empujado por las suelas de plomo.
Al despertar se encontró en una playa, con el traje de buzo puesto, medio asfixiado de calor y confuso. Se quitó el traje. ¿Qué había sucedido cuando Pedro y él cortaban la red? ¿Dónde estaría ahora el submarino? ¿Qué sería de su compañero? ¿Pensarían, tal vez, que había muerto?
Invocó a la Virgen de los Mares. Horas despuñés, distinguió un reflejo sobre la superficie del mar. Se trataba de un bidón oxidado.
Días después, había perdido toda esperanza de regresar, cuando vio un barco a lo lejos que se dirigía a la isla.