XVII Edición

Curso 2020 - 2021

Alejandro Quintana

El significado de
la muerte 

Kevin Contreras, 16 años

Colegio IALE (Valencia)

Nunca voy a olvidar el funeral de mi abuela, el primero al que he asistido. Falleció durante la primera ola de la pandemia. Por desgracia, ni mis primos ni yo pudimos despedirnos de ella en el hospital, a causa del confinamiento, lo que nos hizo sufrir aún más su pérdida. 

Cuando conocimos la noticia, nos reunimos toda la familia en su casa. Me impactó ver a mi prima mayor llorando desconsolada, a mis tías con la mirada medio perdida, sin haber asimilado la noticia, a mi tío intentando explicarle a mi primo pequeño aquella situación, y a este con una sonrisa inocente, sin terminar de entender qué significaba la falta definitiva de la abuela. Y a mi padre, el mayor de los cuatro hermanos, reprimiendo su tristeza para aparentar la fortaleza de quien, de pronto, se convierte en cabeza de familia. 

¿Cómo asumir la muerte de un ser querido, al que hemos tenido que decirle adiós desde la distancia? La muerte siempre es triste ¬–aunque sea irremediable– y rompe por dentro tanto al allegado emocionalmente más débil como al más fuerte. Nadie quiere pasar por ella ni experimentarla, pues es fría, trágica y triste, y nos provoca miedo. Si para unos es el fin definitivo de la existencia y, por ende, de la felicidad, para otros es el inicio en una nueva dimensión que en esta vida se nos escapa. Pero, ¿cómo asumirla en esta situación de coronavirus?

Con el fallecimiento de mi abuela me he dado cuenta de que cada muerte es diferente, y que cada persona expresa la ausencia de sus seres queridos de un modo distinto. Está la muerte repentina, inesperada, rápida, quizá poco dolorosa para quien la experimenta, pero trágica para las personas que la aman. Está aquella causada por una enfermedad. Es una muerte más lenta y tiene un carácter reflexivo, pues nos da la oportunidad de asimilarla hasta el día que llega, mitigando de algún modo la tristeza. 

La muerte es inevitable. Por ella pasaremos todos y todos sufriremos la de nuestros seres queridos. Es la última ley que nos impone la Naturaleza. Quizás lo más difícil no sea nuestra propia muerte sino la de un ser querido, y más en este momento, en el que no hay forma de evadirse de la tristeza de tantos millones de personas. En mi caso necesité recurrir al sueño, pues dormido no eres capaz de pensar, ni de sentir, ni de recordar. Pero, sobretodo, recurrí a mis amigos. Sin ellos la ausencia de mi abuela hubiera sido más difícil de llevar. Consiguieron distraerme, que me evadiera y me sintiera notablemente mejor gracias a sus mensajes de apoyo y de simpatía. Además, me hicieron saber que las personas queridas que dejan este mundo, nos cuidan desde algún lugar, y que pese a que no podamos verlas, buscan un rincón en nuestro corazón.