X Edición
Curso 2013 - 2014
El siguiente concierto
María Dolores Valls, 14 años
Colegio Sierra Blanca (Málaga)
El sonido del violín inundaba todo el bosque. Parecía como si los propios árboles y las plantas transmitieron el débil sonido del instrumento. Leandro siempre conseguía expresar sus emociones moviendo el arco. Y su mente viajaba lejos, tanto como la de aquellos que se paraban a escucharle. Aquella vez no fue una excepción.
Al abrir los ojos, el intérprete recibió una agradable sorpresa: una chiquilla de apenas siete años lo observaba con los ojos muy abiertos. Una sonrisa se extendió por el rostro del músico.
-¿Qué haces aquí, pequeña?
Ella señaló el camino. Leandro sabía que conducía a una carretera.
-¿Vienes con tus padres? -le preguntó, poniéndose en cuclillas para quedar cara a cara con ella.
La niña asintió. Después de unos segundos, se armó de valor y le dirigió la palabra. Por alguna razón, aquel extraño le inspiraba confianza.
-¿Tocas para ti mismo?
-¿Por qué lo dices.
-Porque nadie te escucha.
Leandro recordó el tiempo en el que la gente se agolpaba a las puertas de los teatros. Sonrió.
-Sí que me escuchan -contestó mirando a su alrededor-. ¿Acaso no los ves?
Ella negó con la cabeza.
Leandro la cogió de la mano y señaló los árboles uno por uno, las flores y los animales que por allí vagaban.
-Cada uno de esos seres me escucha y disfruta de la música tanto como tú o como yo. Pero nadie toca para ellos. Por eso vengo a ofrecerles mis conciertos.
-¿Y no te pagan? -preguntó la niña con esa inocencia pura que sólo se tiene en la infancia.
El hombre rió y le revolvió el pelo.
-Sí, lo hacen. Me pagan con su belleza y atención. Eso es lo único que un músico necesita.
La niña no sabía lo mucho que le llegaría a influir aquel encuentro.
***
Gianne se sentía exhausta tras el concierto. Necesitaba un respiro, así que se dirigió al bosque. Depositó la funda del instrumento sobre la hierba y comenzó a tocar libremente.
Cuando terminó, suspiró y observó el sitio donde se encontraba. Los recuerdos le inundaron y agradeció en silencio lo que ese lugar suponía para ella: el amor a la música y a la Naturaleza.
Tomó el violín y lo metió en la funda, se lo cargó a la espalda y regresó por el camino hacia la carretera, donde la esperaba el vehículo que la llevaría a su siguiente concierto.