V Edición

Curso 2008 - 2009

Alejandro Quintana

El tesoro

Blanca Rodríguez G-Guillamón, 16 años

                 Colegio Sierra Blanca (Málaga)  

Javier se agachó para coger una piedra del camino. Le dio vueltas ante sus ojos y, finalmente, asintió. Se la guardó en el bolsillo con una sonrisa. Su madre se acercó a él y lo miró extrañada.

-¿Qué haces? –le preguntó.

-Nada –contestó con inocencia.

-¿Qué te has guardado en el bolsillo?

-Una piedra.

-¿Y para qué quieres una piedra?

-Para nada.

Su madre se detuvo y puso los brazos en jarras.

-¿Por qué coges una piedra? Anda, déjala en el suelo, que está sucia.

-No.

-¿Cómo que no?

-Es que es mi tesoro –dijo el niño, bajando la cabeza.

-¿Una piedra? Si quieres cuando lleguemos al pueblo te compro un dinosaurio para tu colección. Ése si que es un buen tesoro. ¿Qué me dices?

-No.

Su madre suspiró y se encogió de hombros.

-Bueno, pero no cojas más cosas del suelo.

Javier negó con la cabeza, contento. Se metió una mano en el bolsillo y rozó con sus dedos la piedra. La otra mano se la dio a su madre.

Iban a visitar una pequeña capilla de la montaña. Era un edificio de piedra, sencillo y austero, no muy grande. Entraron despacio, santiguándose frente al sagrario. Las ventanas eran pequeñas y escasas, y entraba por ellas poca luz. Javier se acercó más a su madre y le agarró la mano con más fuerza. Ella le dio un apretón cariñoso.

-Mamá, ¿por qué está tan seria esa señora de allí? –susurró el niño.

-Es la figura de la Virgen María. Pero no está seria; es el efecto de la luz de las velas. Vente, vamos a saludarla.

Javier cerró su puño sobre la piedra, como si se tratase de un talismán. Nunca antes había estado en una capilla tan oscura. Siguió a su madre, arrastrando los pies.

-¿Lo ves? Ella sonríe.

Javier alzó la mirada. Era una figura bonita. ¡Parecía tan real! Se soltó de la mano de su madre y se acercó a las rejas que le separaban de la Virgen. La miró con devoción. Había perdido todo el miedo.

-¡Qué guapa es! –exclamó.

Su madre asintió, sonriendo.

-Pero mamá, aunque está sonriendo sus ojos lloran –dijo, mirándola con detenimiento.

-Sí –su madre se acercó más a él y le susurró al oído–. Es que ella perdió a su tesoro.

Javier miró a la Virgen María con sorpresa.

-Venga, vámonos, que papá nos está esperando en el coche y no podemos tardar mucho –le instó, dándole un suave empujoncito.

El niño la siguió cabizbajo. Se giró para contemplar la figura por última vez y tuvo una idea. Salió corriendo de vuelta hacia las rejas y, una vez allí, sacó su piedra del bolsillo. Miró su tesoro con una sonrisa y lo besó. Entonces la dejó en el mármol; a los pies de la Virgen.

-No estés triste –murmuró.

Y volvió corriendo junto a su madre.