XVII Edición

Curso 2020 - 2021

Alejandro Quintana

El tigre

Luis Gutiérrez Rojas-González, 13 años

Colegio Mulhacén (Granada)

Un grupo de exploradores avanzaba por la tundra, resistiendo el azote de la ventisca. Estaban a punto de llegar al refugio cuando se percataron de algo extraño, una sombra que se movía de un lado a otro bajo la cortina de nieve. Dos exploradores decidieron avanzar. Ante su sorpresa, descubrieron algo hermoso: un tigre blanco. 

La fiera tenía los ojos verdes, rosa pálido era su hocico y se movía con mucha elegancia. Su piel la recorría una sucesión de líneas negras de distintos tamaños, una obra de arte que llevaba el sello de Dios. Al caminar imprimía las huellas de sus amplias manos en la nieve, y balanceaba la cola con la compostura del rey de los animales mientras.

Uno de los exploradores animó a los demás a marcharse cuanto antes, ante el peligro de que la fiera pudiera atacarles, pero la forma con la que el tigre se fue acercando al grupo tenía algo de amigable, como si en un misterio transparentara algún rasgo humano. De hecho, acercó su cabeza a uno de los exploradores, para que le acariciara. Aquel hombre, con la mano temblorosa, paso su mano por el testuz mientras el felino ronroneaba como un gato doméstico ante la mirada incrédula de los demás. Después el tigre se alejó, poco a poco, con el mismo garbo, hasta que se perdió entre las ráfagas de ventisca. 

Los exploradores llegaron al refugio sin hablar entre ellos. Al contar su historia, nadie les creyó, pues no había tigres salvajes con ese comportamiento y, además, ni siquiera se ubicaban por aquella región los tigres siberianos, especie que parecía corresponder a la que describían.

Los componentes de la expedición estaban convencidos de que había sido una señal de la Naturaleza. Con el tiempo, uno de ellos publicó un libro sobre la tundra y su fauna, que se convirtió en un referente entre los biólogos y zoólogos del mundo entero.