VI Edición
Curso 2009 - 2010
El último verano
Juncal Urraca, 15 años
Colegio Vizcaya (Bilbao)
Cogí las maletas y salí por la puerta de mi habitación. En ella dejaba mis recuerdos; toda una vida. De hecho, en ella había pasado mi infancia.
El pasillo estaba vacío: ni fotos, ni cuadros ni los dibujos de mi madre. Por el suelo se apilaban las cajas de embalaje donde estaba guardada mi vida. Sólo quedaban algunos muebles en el salón. Me pregunté si se quedarían allí o si vendrían con nosotros.
Como para preparar la mudanza tuvimos que poner la casa patas arriba, en el comedor, debajo de una alacena, apareció mi vieja muñeca. Hacía meses que la estaba buscando. Aunque ya no juego, la abracé para llevármela conmigo: fue el último regalo de mi abuelo antes de que se muriera.
Sonó el cláxon; mis padres me llamaban desde el coche. Había llegado el momento de irnos. Recogí las maletas del suelo y me dirigí al coche, que me esperaba tras la valla de la casa.
Llegamos a nuestro nuevo hogar tres horas después. Todo era distinto. Según nos íbamos acercando a la ciudad, el paisaje cambiaba. Dejamos atrás los chalés y el campo para adentrarnos en un laberinto lleno de edificios altos y rascacielos que pocas veces había visto. La casa era completamente distinta, carecía de segundo piso y de un segundo baño para mí. ¡No me gustaba! Además, tendría que hacer amigos nuevos e ir a un instituto.
Miré por la ventana y no había vacas, ni animales paseando por los jardines ni niños revoloteando por las calles. Solo gente de acá para allá, con prisa, que parecía pelearse por llegar antes que los demás a algún sitio remoto en aquel dédalo al que yo no quería exponerme.
Esa tarde, aquel verano, dejé para siempre mi vida en el campo para empezar una nueva en la ciudad.