XIV Edición
Curso 2017 - 2018
El valor del tiempo
María Flores Hens, 18 años
Colegio Zalima (Córdoba)
Se paró frente a la pequeña tienda y miró su reloj, que seguía inmóvil, a la misma hora en la que se había quedado la tarde anterior, cuando se le acabó la pila. Entró con precaución. Unos cascabeles colgados en la puerta anunciaron su llegada.
Observó a su alrededor. Centenares de relojes de diferentes tamaños y colores colgaban de las paredes.
—¿En qué puedo ayudarla, señorita? —preguntó un hombre mayor con barba blanca detrás de la caja.
Iba a responderle cuando el tendero volvió a hacerle una pregunta:
—¿Desea que le guarde el tiempo?
Ella le miró incrédula. Iba a contestarle que solo quería que le pusiera unas pilas nuevas a su reloj de pulsera, pero lo que hombre escondía detrás de su mirada le impulsó a continuar su juego.
—¿Cómo es posible guardar el tiempo?
—Mucha gente viene aquí con esa intención. Es muy simple; cuando las personas emplean su tiempo indebidamente, de forma egoísta e inútil, se almacena en estos relojes que ve aquí colgados.
La chica pensó que le estaba tomando el pelo, pero miró hacia arriba y se fijó en algo en lo que no había reparado antes: los relojes estaban parados.
—¿A qué espera? —preguntó el anciano con una sonrisa—. Mire hacia allá —hizo una pausa y señaló a un reloj pequeño que, a diferencia de los demás, seguía contando los segundos—. Ese es el suyo.
La chica deseó salir corriendo de allí. Todo era muy extraño y nada de lo que el hombre le decía tenía sentido. Antes de marcharse, preguntó:
—¿Es posible recuperar ese tiempo perdido?
—Es imposible. El tiempo es el recurso más poderoso que tenemos. Podemos hacer lo que deseemos con él, pero una vez usado, no se puede recuperar. Cada uno es dueño de su tiempo. ¿Cómo lo empleará usted?...
Acto seguido, el reloj pequeño se cayó al suelo y se rompió en pedazos. Sin añadir nada más, la muchacha salió de la relojería aterrada. Cruzó la calle y se volvió para mirar la tienda, pero ya no estaba.
***
Abrió los ojos. Se había quedado dormida mientras jugueteaba con el móvil cuando debía estudiar para el examen que tenía al día siguiente. De pronto sonó el carrillón del pasillo: eran las doce de la noche. Apartó el móvil de su vista y cogió el libro. Esta vez no malgastaría su tiempo.