III Edición

Curso 2006 - 2007

Alejandro Quintana

Él y ella

Blanca Gaig, 16 años

                 Colegio Canigó (Barcelona)  

    El coche, adornado para la ocasión, esperaba abajo. Se miró al espejo por última vez antes de marcharse. Estaba deslumbrante. Fuera, en el exterior, un cúmulo de nubes blancas abrazaban con cariño al sol. Éste, agradecido, derrochaba luz por doquier.

Bajó las escaleras con delicadeza, evitando ensuciar la tela inmaculada que vestía todo su cuerpo. Abajo, en la entrada, estaba su madre. Sonrió.

    Una mezcla de sentimientos y recuerdos se apoderaron de ella durante todo el recorrido, no dejándola pronunciar palabra. Había recorrido ese mismo camino un centenar de veces, pero en esa ocasión no veía el fin. Estaba segura de lo que hacía. Estaba segura de lo que se disponía a hacer. Estaba segura de sí misma.

    Las nubes fueron perezosamente despidiéndose del sol, dejando así destapado al astro y mostrando al mundo la infinita marea azul que lo rodea. Finalmente llegaron.

    Cuidadosamente y con la ayuda del padrino bajó del vehículo, revelando por fin el secreto mejor guardado. Le entregaron el ramo. Una vez frente a las viejas y macizas puertas de roble que guardaban la iglesia se agarró firmemente al brazo de su padre, quién le besó con dulzura la frente. Inspiró profundamente y escuchó como el sonido del órgano comenzaba a bañar el ambiente. Las puertas se abrieron y lo vio a él. Había mucha gente congregada en el interior, pero ella no desvió la mirada ni un instante. Derrochaba paz. Tranquilidad. Por las ventanas de la iglesia se podía apreciar la felicidad del sol.

    Una lágrima indiscreta se deslizó por su mejilla, mostrando así su alegría. Una lágrima indiscreta se deslizó por su mejilla, mostrando así su amor.