V Edición
Curso 2008 - 2009
El zapatero de Pescara
Juan Pollicino, 15 años
Colegio CEU Jesús María (Alicante)
-¡Abuelo! –gritó Rodrigo mientras corría hacia los brazos del anciano que descansaba en el sillón de la sala-. Quiero que me relates un cuento antes de ir a dormir.
-Pero uno solo y cortito, que mañana hay escuela.
Tomando al niño con sus manos, que no hacía mucho había cumplido cuatro años, lo acomodó en su regazo.
-Rodrigo, te voy a contar lo que le sucedió a un hombre que vivía en una ciudad no muy grande, a las orillas del mar Adriático. Se llamaba Tarquino y nunca le faltaba el pan en la mesa. Su fábrica de zapatos había prosperado y no hacía mucho que los pueblerinos de la ciudad de Pescara le habían nombraron alcalde, vecino ejemplar encargado de mantener la seguridad en el pueblo...
...Don Tarquino era un hombre de bien, respetuoso con las personas y siempre dispuesto al trabajo. Hacía diez años que había concluido la Segunda Guerra Mundial y Pescara estaba ya reconstruida casi por completo. Sus habitantes se alimentaban de la pesca y producían excedentes que exportaban a muchos lugares del mundo, entre otras cosas los zapatos de don Tarquino.
...Un día, al caer sol, llegó a la casa del alcalde una carta en la que le informaban del fallecimiento de su hermano Pedro. ¡Qué tristeza sintió Tarquino! Él era el mayor de los hermanos y el que más quería a aquel muchacho. Tan grande fue el dolor que su carácter cambió: de ser un hombre amable y generoso, pasó a ser antipático y tacaño. Pasó muchos días sin comer y sin salir de casa, lo que provocó que la fábrica se viniera abajo y mucha gente se quedara sin trabajo. Don Tarquino se desentendió de sus empleados y cerró la empresa.
...Sus vecinos no sabían cómo consolarlo, así que decidieron hablar con el párroco. Pero un mes después seguían sin noticias de don Tarquino. Comenzaron a preguntarse si sería prudente nombrar a otro alcalde. Pero el cura les pidió paciencia. De hecho, se acercó a casa del regidor dispuesto a ofrecerle un buen consejo. Al tocar la puerta, llamó en voz alta:
-Tarquino, abre. Soy yo el padre Juan.
Pero no se escuchó ninguna respuesta.
-Por favor, amigo. ¿No me vas a dejar pasar? -insistía.
-Déjame, padre. No quiero que me sermonees- respondió desde el otro lado de la puerta.
-Pero si no vengo a darte ningún sermón. Solo quiero hablar contigo. ¡Vamos, abre de una vez la puñetera puerta!
...Tarquino al final se avino. El padre Juan se sorprendió al encontrarse con una figura descuidada, pues hacía días que el alcalde no probaba alimento. Su ropa estaba sucia, al igual que sus zapatos.
-Tarquino, es el colmo de los colmos que un zapatero tenga el calzado tan desgastado.
...Al escuchar aquello, el alcalde comenzó a reírse. Su amigo estaba en lo cierto.
-Anda, cura, entra y prepararemos unos tallarines con tuco.
...Fue así como el sacerdote pudo dar respuesta a tantas preguntas que tenía Tarquino sobre la vida y la muerte.
-La vida es como cuando un herrero fabrica una espada -le explicó el párroco-. Primero calienta la chapa hasta que se pone al rojo vivo. Luego la golpea incansablemente, hasta que la pieza adquiere la forma deseada. Y, por último, la sumerge en agua. Algunas espadas no soportan este cambio de temperatura y se rompen. Entonces el herrero la coloca en la montaña de los materiales que no sirven para nada.
-Siga -pidió Tarquino.
-Dios es el herrero que nos forja. A veces nos golpea y nos pone en el agua, para que seamos unas buenas espadas. Ojalá nunca tenga que arrojarnos al montón de los desechos sino que podamos pelear el combate.
...Tarquino volvió a ser afable con las personas del pueblo...
...Muchas otras cosas le sucedieron a Tarquino -concluyó don José-, pero te las contaré otro día, que se ha hecho muy tarde.
En los ojos del pequeño Rodrigo parecían haberse encendido las chispas de una fragua.