I Edición

Curso 2004 - 2005

Alejandro Quintana

En la salud y
en la enfermedad

Lara Muñoz, 17 años

                 Colegio Senara, Madrid  

     Tras el entierro regresaba a casa junto con la familia que le acompañaría durante los primeros días, “hasta que pueda seguir solo”, les había escuchado comentar el día anterior.

     Nadie hablaba, por miedo a equivocarse, a no decir lo apropiado, a parecer no haber entendido..., si bien él agradecía esa cercanía.

     Una vez en casa cenó algo, obligado, y se disculpó para irse a descansar.

     Al entrar en el dormitorio, el vacío llenó su interior. Allí sobraba espacio y la mitad de los muebles ya no tenían dueño. Contempló de un modo especial la mesita, donde permanecía su foto de recién casados. Se acercó y la besó. Entre lágrimas se le ahogaba un te quiero, diferente al que tantas veces le había susurrado al oído. Sin saber por qué, abrió el último de los cajones de donde extrajo un pañuelo. Poseído por el dolor lo apretó contra su rostro y, sí, ¡conservaba su olor!. Fuertes emociones cerraron sus ojos. De repente la sintió cerca de nuevo, a su lado, y recordó cada vez que esa prenda había arropado su cuello. Con su aroma ella estaba presente, podía casi tocarla y quiso no despertar.

     Nadie sabe si transcurrieron minutos, quizá horas.

     Tuvo que hacer esfuerzo por levantar la cabeza, que le pesaba y dolía demasiado. Fue entonces cuando vio una carta en el suelo, que debió haberse caído al tomar el pañuelo. Al recogerla, sintió que el frío de la baldosa le helaba el corazón. Abrió el sobre entre caricias y rezó las letras de su amada:

     <<Es tu amor que me conmueve, porque día a día me colmas de felicidad. Es una pena no disponer de todo el tiempo del mundo para darte mi vida. Mi mayor emoción es poder unirme a ti; la mayor libertad, poder gritar ¡te quiero! Quiero seguir adelante, compartiendo cada momento: en la lucha, en la victoria y en la derrota, en la fatiga y en el reposo, en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza, en la vida y tras la muerte. Tan sólo me verás sufrir despojándome de tus obras, quitándome aquello que pensé eras tú mismo, negándome otra oportunidad de servirte. Pero ese dolor me acercará más a ti, y una vez compartido, si consigo aliviar el tuyo tan sólo un instante, entonces entenderé. Entonces mi vida habrá merecido la pena.

María>>