III Edición
Curso 2006 - 2007
Encuentro fugaz
Irene Tor Carroggio, 15 años
Colegio Canigó (Barcelona)
-Buenos días.
-Hola.
-¿A cuál vas?
-Al cuarto.
-Yo al sexto.
-Ah.
Javier pulsó los dos botones y se cerraron las puertas del ascensor. ¿Qué tendría que hacer esa mañana? ¿Archivar documentos antiguos, llevar cafés o alabar la corbata de su jefe? Seguramente todo eso. Frunció el ceño ante las expectativas de ese día que no parecía ser muy distinto a los de los últimos cinco años.
-Hace mucho frío, ¿verdad?
-¿Eh? –le respondió, distraído.
-Digo que hace frío en la calle, ¿no tienes frío?
Javier se giró y la vio. Vio a la que identificó como a la mujer de su vida, como a su futura esposa. No era extremadamente guapa: su blanca tez estaba iluminada por unos graciosos bucles rubios que le caían desordenadamente por la frente, dándole un aspecto infantil que intentaba ocultar tras unas gafas de pasta negra y una gruesa capa de maquillaje.
-¿Trabajas aquí?- se interesó Javier, apartando de sus pensamientos con qué palabra iba a exaltar hoy el traje del jefe.
-Sí, hoy empiezo.
-Pues mucha suerte. ¿En qué departamento estás?
-En Comercial.
-Está bien.
Miriam se quedó mirándole. No estaba mal, a pesar de que era un poco esmirriado y canijo. Pero no le desagradaba del todo.
-¿Llevas mucho tiempo trabajando aquí?
-Unos cinco años.
-¿En serio? Pareces muy joven.
Javier se rió, divertido.
-¿Tú crees?
-Sí, y me gusta tu corbata. Te favorece el color azul.
-Vaya… Pues, gracias -contestó sorprendido.
-Perdona. Pensarás que soy una idiota, pero es que estoy muy nerviosa, y ya no sé ni lo que digo. No me tomes en serio.
-¿Así que, entonces, no me queda bien el azul?
Ambos rieron, pero callaron de golpe cuando sonó el timbre que anunciaba que habían llegado al cuarto. Javier suspiró y salió, pero se giró antes de que se cerraran las puertas.
-¿Sabes? Creo que eres la mujer de mi vida. ¿Te tomarías un café conmigo?
-¿Te he dicho que me gusta tu corbata?
Javier sonrió.
-¿Es eso un sí?
-Eso es un salgo a las ocho.
****
Mientras Javier se dirigía hacia la máquina a por el octavo café de la mañana, se dijo que, al fin y al cabo, su trabajo no estaba tan mal: le pagaban un sueldo ridículo, es cierto, y no tenía posibilidad de ascender, pero había conocido a la mujer de su vida, mucho más de lo que podía esperar.