XV Edición

Curso 2018 - 2019    

Alejandro Quintana

Encuentro

Juan Pablo Otero, 15 años

Colegio Campogrande (Hermosillo, Sonora, México) 

Hacía frío, demasiado para ser otoño. Los rayos de sol trataban de atravesar las nubes, los pequeños copos de nieve se pegaban en su cara y las botas se le hundían en la nieve recién caída. Avanzó entre los árboles, hasta que vió una cabaña de una sola planta. Pertenecía al hombre responsable de una serie de misterios que no había podido resolver. Después de todo, no siempre su fama de buen investigador fue suficiente, ya que no logró descifrar la lógica de las acciones de aquel hombre, aunque le resultara tan familiar su forma de actuar.

Muchas veces había sentido como si el hombre le estuviese provocando al dejarle pistas que, en realidad, se burlaban de él. Además, nunca lo había visto; no sabía cómo era. En las pesadillas que le provocaba, tomaba diferentes formas. Pero estaba seguro de que iba a conocer su apariencia una vez lograra entrar en la cabaña.

Sabía que nomás le quedaba una opción: matarlo. Si simplemente lo atrapara, escaparía de prisión para seguir delinquiendo. No podía voltearse sobre sus pasos después de la promesa que había hecho a ella, a sus familiares y a los pocos amigos que le quedaban: <<Este caso y me retiro. Este y se acabó>>. Ay, los amigos… no pudo salvarlos a todos. La venganza le impulsaba y él sabía que eso era algo malo.

Tuvo claro que si el hombre se encontraba en la cabaña, debía llevar horas dentro, pues no había huellas en la nieve. Dio un suspiro y se acercó a la puerta. Le sorprendió que estuviera abierta. Entró y se encontró unas herramientas. Aunque la vivienda estaba caldeada, la fogata tenía varios troncos sin prender. Todo estaba perfectamente ordenado, pero cubierto de polvo. Daba la impresión de que nadie vivía allí. Descubrió un cuadro colgado en la chimenea que le resultó familiar.

Un sonido que vino de un cuarto le sacó de sus cavilaciones. Rápidamente desenfundó su revólver, puso el dedo enguantado en el gatillo, levantó el arma y avanzó lentamente hacia la habitación. El sudor empezó a caerle por la frente.

Al igual que en la entrada, la puerta del cuarto estaba abierta. Supuso que iba a caer en una trampa, pero decidió pasar. Debía evitar el peso del remordimiento. Necesitaba permanecer sereno ante lo que, desafortunadamente, había dado una razón a su vida.

Se trataba de una sala, el único lugar de la cabaña que no tenía polvo. Había dos sillas, una frente a la otra, una de ellas muy gastada. Había muchos libros, algunos en el piso y la mayoría con títulos que ya había leído. Afuera, el viento aullaba.

Bajó el arma y cerró la puerta. Se fijó en uno de los libros: “Después de la nieve”. Su abuelo se lo había leído muchas veces durante la infancia. Su abuelo le enseñó casi todo lo que sabía. De él tenía muy lindos recuerdos. Pero también recordó cómo lo perdió, por aquel hombre que había venido a buscar. Y se arrepintió, una vez más, de no haber tomado las medidas suficientes para que no volviera a pasar.

Cuando tomó el libro se abrió una compuerta que le condujo al sótano. Con un largo suspiro bajó por las escaleras, sin soltar el revólver. Él sabía que la edad le estaba afectando y que sus días de gloria estaban atrás, sin embargo, sintió un alivio al pensar que este sería su último caso. Ya deseaba el retiro.

Descubrió un largo pasillo que acababa en otra puerta, que también estaba abierta. Adentro se encontró con algo que lo dejó sin aliento. Aunque tenía muy buena memoria, lo que era una de sus mejores herramientas de trabajo, a veces quería olvidar algo horrible, pero no podía. Aquel fue uno de los casos.

En un sillón estaba sentado alguien igual a él, aunque más viejo. Nunca se lo hubiera esperado.

-Hola-le saludó el hombre con una sonrisa.

-¿Quién eres? ¿Dónde está…? -le dijo apuntándole a la frente.

-¿… él? Lo tienes enfrente.

Aquello no tenía sentido. Pensó que había abierto la espita de un gas delirante.

-Descuida, no hay nada flotando en el aire -. O podía leerle la mente o… o pensaba las mismas cosas y al mismo tiempo-. Verás; vengo de un lugar diferente pero parecido a este. Y necesito que hagas algo por mí, además de no apretar el gatillo.

Las preguntas le rondaban la cabeza, pero era incapaz de articularlas.

-Necesito que resuelvas un caso, un último caso. Sé que hiciste una promesa…

-Y qué promesa hice, ¿eh?... Dímelo -lo interrumpió con la voz quebrada.

-<<Un caso más y me retiro… Un caso más y se acabó>>

No entendía cómo podía conocer sus pensamientos, sus deseos, su voluntad. La desesperación empezó a ganarle.

-No te preocupes; la persona a la que le hiciste esa promesa ya no está; me acabo de asegurar de eso. Es por un bien mayor que luego entenderás. Tienes que aprender a desprenderte de las cosas. ¿No es eso algo que te ha enseñado la experiencia?

Creía estar volviéndose loco. Empujado por una ola de emociones que no pudo resistir, cerró los ojos y disparó. Pero cuando volvió a abrirlos, aquel hombre ya no estaba.