III Edición
Curso 2006 - 2007
Enseñanzas del pequeño Mat
Alba Pérez, 15 años
Colegio Sierra Blanca (Málaga)
Mira, este es Mat. El del pelo corto y negro. Tiene las manos chiquitas, como todo su cuerpo. Después de todo, sólo tiene seis años. No es muy guapo, pero tiene una carita graciosa. Tiene una herida pequeña en la cabeza, se habrá caído otra vez. Para él eso no es un problema: se cae y se levanta. Es más divertido seguir jugando que quedarse en el suelo lleno de lágrimas. Es mejor levantarse y hacer como si nada hubiese pasado. Contesta al “¿te has hecho daño?” de sus mayores con una sonrisa.
Mat nunca se está quieto. Cuando ve a un niño o niña de su edad, juegan todos juntos, que es mejor que hacerlo solo. Él es así, va y propone, como si fuesen conocidos de toda la vida. ¿Qué tiene que perder? Nada. A veces, cuando no hay nadie con quien jugar se viene conmigo. Me pide que le cuente historias, y él luego me cuenta las suyas. Si no le apetecen cuentos, me pide un papel y un lápiz y se pone a dibujar. Luego me devuelve el lápiz, porque el papel se lo queda él. En otras ocasiones lo veo en el jardín de su casa cogiendo bichitos de las plantas. Le encanta mirarlos, tan diminutos. Le hacen sentirse poderoso y grande. Lo que más me gusta es verlo con su hermana pequeña. Él es “el hombre de la casa” y tiene que cuidar de ella, que no para un minuto. A veces intenta compartir juguetes con ella, pero es tan chica aun que no es capaz de comprender las historias que Mat crea para poner en movimiento los muñecos, que cobran vida propia. Eso a su hermana ni le va ni le viene. Por eso, Mat a veces se aburre e incluso se enfada, pone cara furiosa y sigue con su hermana mientras lanza furibundas miradas a su madre, miradas que esconden una suplica para que cuide a la niña y él pueda irse a jugar.
¿Cómo es posible que un chico de seis años haya captado el sentido de la vida antes que nosotros? Mat es feliz, lo que a nosotros nos cuesta un poco más. ¿Dónde radica la diferencia? Quizá sea que el puede compartir lo que tiene incluso con gente que no conoce. Quizá él confía en todo el mundo sin preguntarse si le podrían traicionar. Quizá él encuentre amigos hasta debajo de las piedras, sin preguntarle gustos, condición social o aspecto externo. Quizá sea capaz de levantarse y seguir hacia delante en lugar de autocompadecerse para atraer la compasión de los demás. Quizá mire todo con sencillez. Quizá sueñe, invente historias que pueden convertirse en realidad, porque aun no ha perdido la esperanza de que todo es posible.
Apenas si me llega a la cintura, pero tiene más fe en sus deseos que yo. Preguntémosle. Tal vez sepa darnos el secreto de su paz interior. Tal vez nos enseñe que la sencillez y la esperanza son dos grandes ayudas para ser feliz.