III Edición
Curso 2006 - 2007
Ensimismados
Marta Pérez Gago, 17 años
Colegio Ayalde (Bilbao)
Si han viajado últimamente en transporte público, habrán notado algo extraño. Recapaciten... ¿Seguro que no han visto a nadie hablando solo, o cantando bajito? Sí, eso es. Gracias a las nuevas tecnologías, los vagones de metro, los autobuses y las calles se llenan de hombres y mujeres que van absortos, ensimismados como embobados en un mundo interior de sonidos.
Se trata de algo parecido a una variante epidémica del autismo voluntario, ya que, curiosamente, van hablando por el móvil (con “manos libres”) o están escuchando un MP3. Por suerte, existe un rasgo característico en todos ellos que nos permite saber que no están desequilibrados: el “pinganillo” colgando de sus orejas, es decir, los auriculares.
Deberíamos plantearnos si la tecnología, que en teoría nos hace la vida más fácil, no nos está aislando a los unos de los otros, perjudicándonos inconscientemente. Porque mientras que los altos ejecutivos se muestran encantados con este ingenio tecnológico que les permite viajar, comer, hacer compras y confirmar una reunión al mismo tiempo, los efectos del estrés que este ritmo incesante tiene sobre su salud no resultan tan atractivos.
Todos aquellos que pasaban largos ratos mirando por la ventanilla del tren o del autobús, han encontrado en los MP3 su terapia contra el aburrimiento. Pero olvídense de pedirles la hora, por ejemplo. Para empezar, dudo que les pudieran oír. Primero, por el altísimo volumen al que escuchan las canciones, que resulta comprensible si se tiene en cuenta que antes que nada, hay que amortiguar el traqueteo del metro. Y segundo, porque ese altísimo volumen les hace perder hasta un veinte por ciento de su capacidad de audición. Pero si lo consiguen, la reacción tampoco será muy gentil: un “las seis y veinte” seco y de mala gana, por haberles sacado de su mundo.
No pretendo hacer un manifiesto contra el progreso tecnológico, yo también utilizo el MP3, pero una sonrisa al niño que se sienta a tu lado o un “señora, siéntese usted”, facilitarían un ambiente de sana convivencia. Desde luego, resultaría mucho más agradable que agachar la cabeza y confinarse bajo esos auriculares, cerrando los ojos al mundo.