VI Edición

Curso 2009 - 2010

Alejandro Quintana

Épocas pasadas

Rafael Contreras, 16 años

                  Colegio Altocastillo (Jaén)  

Daniel paseó la mirada por su habitación. Estaba tal y cómo la dejó antes de irse a aquel curso de intercambio, hacía un año. A sus diecisiete, había vivido mucho. El tiempoen Estados Unidos había hecho de él un hombre que se valía por sí mismo. Y sin embargo, había sentido una sensación cálida cuando vio a sus padres en el aeropuerto y se fundió con ellos en un abrazo. ¡Cuánto los había echado de menos!

Y es que trescientos sesenta y cinco días era mucho tiempo.

Durante el viaje de vuelta en el coche, charlaron animadamente sobre su experiencia, la gente que había conocido… Una vez llegaron al piso de Madrid, su madre dijo que iba a preparar la cena y que se pusiera cómodo. “Bienvenido a casa, hijo mío“, le había dicho con una sonrisa plena y sincera. Daniel no cambiaría aquel cariño por nada en el mundo. Su padre debía hacer un par de recados, pero volvería para la cena. Mientras tanto, Daniel se quedó en su cuarto.

Y ahora se encotraba allí, después de un año. Cómo había extrañado su hogar. Vio sus maquetas, los tebeos, los libros. Señales de una época pasada. Época que, repentinamente, se dio cuenta de que añoraba profundamente. Siempre había pensado que ser mayor era lo mejor: más libertad, valerse por uno mismo, no estar sujeto a los padres.

¡Qué equivocado había estado!

Cuantas noches había echado de menos las comidas de su madre. Cuánto la seguridad de que sus padres velaban por él a pesar de la distancia. Añoraba la inocencia perdida, que sus progenitores fueran invencibles, que siempre tuvieran razón, que siguieran siendo héroes de cuento. Todo eso había quedado atrás.

Se acercó a la estantería y acarició los lomos de los libros, sus mejores amigos en momentos de soledad. Nombres, épocas, lugares,… Alcanzó a ver su diario de los diez años.

Con una sonrisa, lo sacó y sopló para quitarle el polvo. Sonrió al leer las tonterías por las que se preocupaba por aquel entonces, cuando todo lo que le pasaba era un mundo. Descubrió una anotación llena de pesar y se dio cuenta de que era del día que le revelaron el secreto de los Reyes Magos. Qué decepción tan grande...

Dejó el diario con cuidado, como si fuera una reliquia, y su atención se centró en una carpeta, también cubierta de polvo. Estuvo a punto de esbozar otra sonrisa. Eran sus viejos dibujos. En ellos estaban sus sueños de la infancia, sus aspiraciones y sus anhelos: Conan “El Bárbaro”, Elisa, la primera chica que le gustó... También había recortes de periódicos de Fernando Alonso, de Raúl González. Y el escudo del Real Madrid.

Por último se fijó en una foto que había en su escritorio. La imagen era de él mismo, cuando era poco más que un bebé, y de Francisco, su hermano, seis años mayor. Ambos sonreían a la cámara mientras los brazos de Fran sujetaban a un rechoncho Dani. Repentinamente notó la mirada nublada y se llevó las manos a la cara. Su hermano era soldado y llevaba mucho tiempo sin verle, después de que partiera a Oriente.

Sin darse cuenta, había caído la noche. Su madre entró en su habitación y Dani se apresuró a limpiarse las lágrimas y a poner la foto en su lugar. Su madre estaba elegantemente vestida. Al ver que seguía con la misma ropa con la que llegó, le instó a vestirse y asearse. Dani obedeció. Después se dirigió a la cocina. Repentinamente oyó el sonido de la llave. Dani acudió sonriente a recibir a su padre, pero se quedó sin palabra... Sonriente y moreno, Francisco le tendía sus fornidos brazos.

Y por un momento, todo volvió a ser como en épocas pasadas.