II Edición

Curso 2005 - 2006

Alejandro Quintana

Ese lugar mágico

Cristina Rodríguez del Valle Pacheco, 14 años

                 Colegio Canigó, Barcelona  

    Desde siempre me han encantado esas historias en las que aparece gente que tiene un lugar especial en el recuerdo, al que siempre quieren volver y que asocian a una parte especial de su vida, tal vez la infancia.

    Pues eso me ocurre a mí con el valle de Arán, y la verdad es que no se porqué, ya que no es un sitio ligado a tradiciones familiares que vengan desde hace mucho tiempo. Será por los buenos momentos que hemos pasado toda la familia allí junta.

    Es maravilloso en todas sus estaciones, aunque tiene algo especial en la de invierno, cuando el valle se cubre de ese gigantesco manto blanco que, con el reflejo del sol en uno de esos días fríos y claros, parece nata recién montada. Las nevadas tienen algo peculiar: te asomas a la ventana y ves caer copos diminutos, que te obligan a preguntarte cómo algo tan pequeño y débil puede llegar a cubrir un valle tan inmenso. Al día siguiente, todo ha cambiado, todo esta blanco, limpio, silencioso. La nieve amortiguara los sonidos. Y si hace sol, ya no se puede pedir más. A veces pienso que el cielo, el más allá, debe ser un paisaje nevado.

    En primavera el valle está reluciente. Si jugásemos con nuestra imaginación, podríamos decir que tiene una sonrisa enorme dibujada en la cara. Es difícil estar triste en un día de primavera en el valle de Arán. Uno relaciona la primavera en el campo con el color verde. Pero, ¿sólo verde? ¿cuantos verdes.? Hay una montón de tonos diferentes: el de los árboles, el de los prados, el de los arbustos... No se repite ni uno solo. Y a eso hay que añadir el amarillo, el rojo, blanco, violeta, rosa..., y un montón de tonos colores que añaden las flores.

    Es el verano, quizás, la estación del año en la que menos me llama la atención en cuanto al paisaje, pero, sin embargo, la recuerdo con mucho cariño por lo bien que nos los pasamos allí. Excursiones, baños en las pozas de los ríos, y otras veces en los lagos, bajadas en bici, comidas al aire libre y por las noches, los paseos por los pueblos, donde el aire es fresco y el cielo esta cuajado de estrellas. Y cuando el cansancio te vence, ese cansancio típico de una día de campo... ¡A dormir con una manta en pleno mes de julio y agosto¡ Qué gran privilegio. Eso si que es descansar.

    El otoño es espectacular en el valle. Qué explosión de colores, desde el amarillo al naranja, pasando por diferentes tonos de rojo. Entre los bosques sobresalen los campanarios, una pequeña torre de estilo románico en la que apenas se pueden apreciar las campanas que marcan las horas. Pasear por el campo en otoño es una de las cosas mas bellas.

    Por todo esto, mi cariño a ese lugar es enorme. Por su belleza y por los recuerdos que tengo y espero seguir teniendo. Ojalá siga siendo ese sitio al que siempre quiera volver, como en esas historias de las que hablaba al principio.