III Edición

Curso 2006 - 2007

Alejandro Quintana

Espejos y ventanas

Beatriz Píriz, 14 años

                 Colegio Puertapalma (Badajoz)  

       Salgo de casa y voy derecha a coger el autobús para ir al colegio. Es un día frío y nublado, y la gente camina con prisa por las calles.

    Al llegar a mi parada me fijo en el nuevo cartel de la marquesina: “Premios Carácter White Label”. Se trata de un concurso promocionado por la marca de whisky. Debajo del título tiene la siguiente frase: “Prefiero tener ventanas a tener espejos”.

    ¿Qué haríamos sin espejos? Están en todas partes: en el cuarto de baño del colegio, y en ellos aprovechamos para mirarnos; en los escaparates de la calle; en el retrovisor del coche… Me sorprende pensar las horas que pasamos frente a los espejos. Lo hemos convertido incluso en un acto involuntario. ¿Y para qué?. En muchos casos, para odiarnos cada vez más. El mundo se nos reduce a un simple yo, mi, me, conmigo. Los espejos nos hacen descubrir que no nos gusta nuestra nariz, que tenemos unos labios demasiado finos o demasiado gruesos, que nos ha salido un grano inoportuno…

    Si por lo menos apreciáramos algo positivo... ¡Ay, vanidad! Lo que peor llevo son las comparaciones: qué tienen éste y aquella en su físico que nosotros quisiéramos lucir.

    Las ventanas se contraponen a los espejos. Nos permiten ver el trocito de mundo que tenemos enfrente de nuestro hogar: las casitas, el polideportivo, el colegio… Incluso te permiten adivinar sus aulas y los alumnos distraídos ante la explicación del profesor. Desde la ventana contemplas a los paseantes, el parque, los coches…

    Desde la ventana alcanzamos a ver hasta dónde se acaba nuestro mundo. Ya no somos sólo nosotros y nuestro reflejo: es la propia vida que pasa ante nuestros ojos.

    Me bajo del autobús pensando que prefiero tener ventanas a tener espejos, con permiso de la marca de whisky