X Edición

Curso 2013 - 2014

Alejandro Quintana

Estrella de mar

Eugenia Barcia, 15 años

                         Colegio La Vall (Barcelona)  

Me habían contado que morir era fácil.

Aunque supongo que nadie lo sabía con certeza. Aun así, había llegado a creérmelo.

Pensé en esto mientras el agua me entraba por la nariz e inundaba mis pulmones. La boca me sabía a metal y a yodo.

Llevaba tiempo queriendo bañarme en el mar, ya que la primavera tocaba a su fin. Supongo que ya no podré hacerlo.

<<¿Cómo es?>>.

La inmensidad azul brillaba ante mí, burlándose de mi desgracia, ostentando su belleza. Aquel era su reino. Y yo un intruso que no flotaba hacia la superficie cómo las demás personas. Intruso estúpido.

<<Josh, ¿cómo es?>>.

Su voz resonaba en cada hueco de mi mente y hacia que un leve cosquilleo me recorriera el cuerpo de pies a cabeza. Un revoloteo de burbujas de oxígeno se elevaban a mi alrededor, hacia la luz. Deseé poder seguirlas.

<<Tú lo sabes todo, Josh. Dime, ¿Cómo es?>>.

Cuando toqué fondo, algunos peces salieron en todas direcciones. Miré hacia arriba, ya sin fuerzas para continuar luchando. El sol brillaba en lo alto, por encima del mar. Sus rayos daban el toque de perfección que le faltaba al gran azul. La misma insolente perfección que estaba acabando conmigo en ese instante.

<< ¡Josh! >>.

Una última burbuja se escapó de mi boca, dejándome inundado por dentro. Mis ojos se cerraron lentamente mientras mi cuerpo se extendía sobre el irregular fondo marino. Dejé de sentir mi piel y mi último pensamiento fue para ella.

<<Josh, ¿cómo es una estrella de mar?>>.

<<Te lo enseñaré. Es mejor que lo veas, Liz. ¡Son tan bonitas, que no sabría describírtelas!>>.

Pronto, Liz. Pronto tendrás tu estrella. Ya verás, es preciosa.

***

La playa estaba abarrotada de policías que iban de acá para allá, llamando a gritos a otros agentes o rasgando el papel con bolígrafos.

Una bolsa plateada destacaba, sobre la arena, entre la multitud. Tenía una cremallera en la parte superior. A su lado, una mujer se abrazaba a un hombre. Ella lloraba, acompañada por el vaivén de las olas.

Una niña se arrodilló junto a la bolsa. Se inclinó, como si fuese a susurrarle algo al cuerpo que yacía en su interior. Tenía la cara tan cerca de la del cadáver que se mezclaron sus cabellos con los del muerto. Debía tener ocho años. El chico rondaría los quince.

Los policías no osaron interrumpir su monólogo; se mantenían a cierta distancia de la singular pareja. Solo el mar pudo escucharle a la niña.

<<Tenías razón, Josh. Es preciosa. Muchas gracias>>.

La niña besó al cadáver, abrió la mano del joven y tomó algo que el miembro inmóvil aferraba con fuerza. Luego, apartándose despacio, dejó que los agentes cerraran la bolsa.

Al marcharse contemplo una estrella de mar.