XXI Edición
Curso 2024 - 2025
Estrellas fugaces
Marta Luengos, 16 años
Colegio Ayalde (Vizcaya)
El caos reinaba en la estación de tren. Agnes sujetaba en brazos a Otto, su hermano pequeño, mientras la multitud se aglomeraba a su alrededor. Su madre, al ver la situación del país había decidido que lo más seguro era que esa misma noche los niños abandonasen Alemania. Con lo puesto y una maleta pequeña, se veían obligados a sobrevivir por su cuenta hasta que la guerra terminara.
La locomotora llegó a la estación a la hora prevista. Los pequeños subieron a un vagón de tercera clase y buscaron un asiento para poder descansar. Agnes, a sus catorce años se sentía más pequeña que nunca, llena de temores e incertidumbres.
Las puertas se cerraron y comenzó el traqueteo sobre las vías. La estación se quedó atrás. A Otto, por ser más pequeño, su madre apenas le había explicado la razón de aquel viaje. Por eso no entendía por qué tenía que alejarse de familia y sus amigos, pues no era tiempo de vacaciones. Pocos kilómetros después se acurrucó contra Agnes en busca de algo de consuelo.
-–¿Quieres sentarte aquí? –le ofreció Agnes su regazo.
El niño trepó por las piernas de su hermana. Acomodado, se puso a mirar por la ventana, pero en seguida se aburrió, ya que había caído la noche y al otro lado del cristal, la oscuridad cubría el paisaje. Agnes intentó calmarlo.
—Cierra los ojos e intenta descansar —le pidió con suavidad.
Otto obedeció y cerró los ojos. Agnes se quedó con la mirada perdida en las siluetas de los edificios de Dresde, que se desvanecían a lo lejos.
De repente, Otto abrió los párpados al notar una extraña luz. Pronto se dio cuenta de que no era el sol el que iluminaba el cielo, sino una lluvia de bolas de fuego que caían lentamente, como meteoros errantes.
–¿Qué es eso? –preguntó con voz temblorosa.
Agnes vaciló, buscando una respuesta que no preocupara a su hermano.
–Una familia de estrellas fugaces –le mintió, esforzándose por mantener la calma.
–¡Hay que pedir un deseo!
–Claro, tonto… Hazlo antes de que desaparezcan –le animó, abrazándolo con fuerza para que no viese la lágrima que se le deslizaba por la mejilla.
Otto cerró los ojos y pidió que todas las personas que conocía fuesen felices. Pensó en sus padres, en su hermana, en los abuelos, los tíos, los primos y los amigos de la escuela y del vecindario. Mientras Otto pedía su deseo, Agnes observó como su ciudad quedaba destrozada tras el impacto de las bombas. Vio como los lugares donde había construido sus recuerdos quedaban reducidos a cenizas.