VI Edición

Curso 2009 - 2010

Alejandro Quintana

Ética aplicada

Marta Rojo, 15 años

                 Colegio IALE (Valencia)  

Entierro la cabeza aún más, si cabe, en el desorden de libros y libretas que adornan mi escritorio. Jamás pensé que en una superficie tan pequeña pudieran caber tantas cosas.

-¿Qué es la Ética? –musito por diezmilésima vez para mí misma. Inspiro y respiro hondo.

-La Ética es el estudio razonado de carácter moral que… -intento responder de tirón y me acabo quedando de nuevo en blanco.

Sin desesperar, y aunque empiezan a entrarme ganas de gritar, vuelvo a realizar una respiración profunda y, de nuevo, me introduzco en el insoportable mundo de las ideas.

Son más de las diez de la noche.

Por un momento hasta consigo concentrarme, hasta que mi sexto sentido capta unos pasitos casi imperceptibles que se acercan por el pasillo.

-¡Haz el favor de no arrastrar los pies cuando andas por casa! –le chillo a la sigilosa criatura, que no es otra que mi hermana Mónica–. Quiero oírte andar.

Se asoma por la puerta con cara de no haber roto un plato y, al ver que no hago ademán de detenerla, se sienta en la cama, de espaldas a mí.

-No toques nada o sales por la ventana, ¿estamos?

-¡Estamos! –me responde su voz aguda.

Veinte minutos más tarde, mi hermana sigue inusualmente quieta y callada. Lo mío con las definiciones sigue en un punto muerto. Totalmente desesperada, se me ocurre una salida.

Disimuladamente recorto una esquina de la hoja y copio en ella, con letra diminuta, la primera frase de la página.

-¿Es eso una chuleta? –susurra Mónica, a quien, una vez más, no he oído acercarse.

Escondo el papel bajo el libro

-No –miento sin titubear–. Es un resumen. Y tú, ¿no deberías ir a poner la mesa? Mira qué hora es.

Mi hermana levanta las manos, como si se defendiera.

-Vale, no diré nada. ¡Pero es gracioso! –Y salta de la cama sonriendo, con tal ingenuidad que, por un momento, pienso que se lo ha tragado.

-Yo no le veo nada divertido –contesto fríamente.

-¡Yo sí! A ver, tú no eres… eso que no ves sin gafas.

-Miope –le ayudo, con exasperación–. Mira que eres tonta.

-¡Eso es, miope!

-Sí. ¿Y...? –sigo sin saber a dónde quiere llegar.

-Y digo que no podrás entender tu diminuto resumen sin ellas.

-Me las llevaré, no te preocupes. Y, ahora, ¡fuera!. Yo iré enseguida a cenar.

En unos minutos, finalizo la chuleta y la escondo cuidadosamente en el estuche. Algo más aliviada, recojo y me despido por fin de las definiciones incomprensibles.

-Hay remedio para todo –me digo, contenta

A primera hora de la mañana, nada más sentarme en clase de inglés, observo el horario. Tengo en el examen de ética a las diez.

Cuando el profesor empieza a escribir en la pizarra, a la velocidad del rayo, renuncio a mi último repaso y me agacho para sacar la funda de las gafas.

Mis manos no encuentran más que vacío y un papel:

<<A mí no se me va a olvidar la palabra “miope”, pero te aseguro que a ti tampoco se te olvidarán las definiciones… en los siguientes exámenes>>.

Tras comprobar que no hay ni rastro de las gafas, sonrío a mi pesar y me resigno a un día de ceguera parcial.

-Al menos sabré definir el concepto de “moralidad” – me digo, como consuelo.