XV Edición
Curso 2018 - 2019
Falsas verdades
Sofía Rico, 16 años
Colegio La Vall (Barcelona)
Ni su sonrisa cálida, ni sus inteligentes palabras, ni la contagiosa felicidad que desprendía le habían llevado a sospechar que todo fuera una gran mentira, una cruel mascarada capaz de engañar hasta a la persona más desconfiada.
Si hubiera tenido que autodefinirse un mes antes de conocer a Juan, Lucía habría afirmado, con plena seguridad, que era una persona madura, de ideas bien ancladas, consciente de dónde se encuentra la verdad. En definitiva, una mujer hecha y derecha. Pero de pronto esa seguridad la abandonó por completo. «Llorar por un niñato no es lo propio de una mujer de mi categoría», pensaba. Le resultaba inaceptable, aunque no pudiera evitarlo. Desde que lo conoció, no había podido sacárselo de la cabeza. Juan la había herido de verdad.
Era curioso. Siempre había pensado que buena parte de la gente busca aparentar lo que no es para gustar a los demás y caerles bien; pero en realidad, tal y como ella había descubierto recientemente, eran las personas auténticas las que marcaban tendencia al mostrarse tal y como son, sin esconder sus virtudes y defectos. De no ser así, jamás se habría fijado en Juan. Le sorprendió gratamente el modo con el que le abrió el corazón, aunque apenas habían hablado con anterioridad.
Las largas conversaciones con Juan se convirtieron en una experiencia diaria. Siempre encontraban el momento y el lugar idóneos para charlar con plena libertad. A Lucía le encantaba la conexión que existía entre ellos, y a veces se lamentaba por lo mucho que se habían perdido durante los años en los que ella le había considerado otro adolescente más.
A sus amigas les bastaba un chispazo para alimentar una tormenta de críticas hacia Juan y Lucía salía invariablemente en su defensa. Así surgieron desagradables tensiones entre ellas; a Lucía le asombraba que no fueran capaces de valorar la personalidad del muchacho, a quien consideraba un amigo de verdad. Sin embargo, estaba equivocada. Después de un verano que pasaron juntos, Juan le mostró su verdadera cara. Las amigas de Lucía tenían razón.
Empezaron las capuchas para intentar que ella no le reconociera, el fumar, el beber, el no saludar… Lucía se lamentaba. Después de haberse creado tan altas expectativas acerca de él, le dolía que Juan no las cumpliera.
Todo esto pensaba mientras avanzaba lentamente por la habitual caravana de coches, hasta la aparición de aquel camión sin frenos…
Despertó horas más tarde en la sala de reanimación de un quirófano. Se mareaba. Perdía el sentido. Volvía a recuperarlo. Estaba intubada y con vendas en algunas partes del cuerpo. De pronto, como en un sueño, descubrió que había alguien junto a ella. Por un momento creyó que se trataba de un sueño. Era Juan y estaba llorando. A Lucía le pareció frágil, sincero y arrepentido. Lentamente alargó uno de sus brazos para tomar la mano de su amigo.