I Edición

Curso 2004 - 2005

Alejandro Quintana

Fin del trayecto

Esperanza García Albós, 16 años

                 Colegio Montealto (Madrid)  

     Una estación se sucedía tras otra. El traqueteo del tren, los fogonazos de luz y el ruido de las continuas subidas y bajadas no le impedían sumirse en sus propios pensamientos. Observó a la gente con indiferencia y, a continuación, volvió a mirar el reloj: la lentitud de las manecillas que parecían luchar contra titanes, le desesperaban cada vez más.

     Estaba nervioso, muy nervioso, y esa lentitud no le tranquilizaba, pues su deseo era llegar al final del túnel para terminar lo que, por fin, había empezado. No se sentía muy cómodo con aquél traje azul marino algo gastado, pero que, en el fondo, le quedaba bien, aunque no le convencía del todo. Se llevó de nuevo la mano al nudo de la corbata e, inmediatamente, con un suspiro, la bajó para metérsela en el bolsillo.

     Aquella corbata le ahogaba, al igual que el lento transcurrir de las manecillas y… ¡aquellos zapatos! Volvió a dudar si era el atuendo apropiado para la ocasión y, de nuevo, intentó quitarse esa idea de la cabeza. Sacó un momento la mano del bolsillo para subirse el pantalón, mientras se tambaleaba intentando sostener las flores en la otra mano. No pudo evitar detener su mirada en la chiquita de delante, sentada un par de bancos más allá, la misma joven que le había empujado diez minutos antes, mientras hacía ese mismo gesto… Si es que… ¡esos pantalones!

     Decidió fijarse un poco más en ella para eliminar tensiones. Aparentaba unos dieciséis años y, a pesar de su altura, no podía esconder su cara de niña, oculta tras un largo mechón rebelde que cada dos por tres se remetía detrás de la oreja mientras contemplaba con pasividad el transcurrir de los túneles. Se sorprendió de su elegancia cuando, al entrar un hombre cargado con una maleta, le cedió su sitio con una exquisita delicadeza, levantándose con un ágil movimiento y apartándose a un lado. Iba vestida de modo sobrio, quizá demasiado para una chica de su edad. Aquellos jóvenes..., te los encontrabas vestidos de negro por cualquier parte.

     De pronto la joven se irguió, con una mirada decidida y seria. Fue entonces cuando él quedó aprisionado de su belleza, de esos ojos marrones, profundos e inteligentes, que brillaban como dos luceros a través del túnel. Era una mirada inteligente, madura, de la que no pudo apartar la vista.

     El tren volvió a detenerse. Subieron dos jóvenes -¡ah, el amor!- cuyas miradas se atraían cual imanes. El mundo giraba a su alrededor sin importarles nada ni nadie.

     El vagón comenzó su triquitraque y él se volvió a fijar en la joven de la mirada magnética que, a su vez, miraba atentamente a la dulce pareja con una expresión melancólica. Un rictus de dolor le produjo una pequeña, cristalina y hermosa lágrima. Resbaló por su mejilla y llegó finalmente hasta sus labios. Él se sorprendió, e intentó adivinar qué pasaba por la cabeza de la chiquilla en esos momentos.

     Había roto con su novio un día cualquiera en el que, con un simple <<lo siento>>, por teléfono él dio por acabada la relación. Ella no se había imaginado que aquello pudiese ocurrir. Era un día de primavera, la estación de la vida y del amor. Los enamorados paseaban por el parque, conscientes únicamente de su amor. El mundo era suyo. Y ella..., recordó que la noche anterior se prometían la luna y hoy su novio lo abandonaba todo. No sabía si gritar o llorar, si enloquecer o morir. Empezó a llover. Ella, simplemente, se quedó quieta. Sorprendida y desvalida dejó caer el teléfono. La lluvia arreciaba, pero en esos momentos nada ni nadie le importaban. El mundo, tan rápido como había empezado a dar vueltas, paró en seco, y la realidad entró en su mente, avasallándola, gritando a grandes voces lo que ella negaba: ¡no te quiere!

     Creyendo enloquecer, corrió y saltó bajo la lluvia. Entró en la estación, intentando escapar del abismo que, poco a poco, crecía en su interior.

     <<Correspondencia con líneas…>>

     Estaba obnubilada ante los últimos acontecimientos: todavía no se lo creía. Los recuerdos martilleaban su mente, intentando abrir un hueco y acabar con sus restos de lucidez.

     Echó un vistazo a su alrededor. Su mirada se detuvo en el hombre del traje azul. Era curioso; su mano subía hasta el nudo de su corbata y, sin haberla tocado, bajaba rápidamente hasta su bolsillo. No se sentía cómodo con ese “elegante” y algo anticuado traje. Esos zapatos, además de contrastar con el traje, le quedaban algo justos. Se le notaba nervioso, muy nervioso, demasiado nervioso pero, claro, eso era porque iba al encuentro del amor de su vida. Por eso se había puesto ese traje; no era casualidad. Era el mismo traje con el que declaró su amor, ese amor que había tenido que romperse, ese amor que debía haber llegado al infinito y que pronto, quizá, podría volver a unirse como si nada hubiera pasado, como si los años transcurridos no hubiesen sido nada más que un minuto. Él la visitaría por sorpresa y esperaría la respuesta, que había tardado veinte años en llegar.

     Los altavoces anunciaron: <<Fin del trayecto>>

     Ambos regresaron de sus pensamientos. Se dieron cuenta de que eran los únicos pasajeros del tren. Bajaron al andén. Por primera vez se miraron el uno al otro, sorprendidos porque sus destinos se habían cruzado. Una estrecha unión les ligaba: cada uno de ellos había imaginando la historia del otro. Ambos unidos por un amor y ambos llevados a idéntica tragedia. Se miraron y esa mirada conectó sus pensamientos, sus temores, sus miedos, su melancolía y su soledad. Él le dio una rosa, ella la aceptó. Y mirando ambos al frente, se dirigieron a un mismo destino.