XVII Edición

Curso 2020 - 2021

Alejandro Quintana

Fue difícil, pero lo logré 

Samanta Marín, 16 años

Colegio IALE (Valencia)

Cuando escuché la noticia, sentí que el mundo se iba a acabar. Alejarme de mi familia y amigos era una idea abrumadora cuyas razones no lograba comprender. Mis padres me dijeron que nos marchábamos de Venezuela para mudarnos a otro país, en otro continente. Pensar que tendría que hacer otros amigos, asistir a un nuevo colegio y aprender otras costumbres me quitó el sueño. El idioma iba a ser el mismo, pero, a la vez, muy diferente: por el acento, las palabras locales que yo no entendería, la manera que tienen los españoles de expresarse… Afronté aquel cambio con muchos nervios e incertidumbre. 

Tanto me dolía dejar mi país que cuando embarcamos en el avión me hundí en un mar de emociones. No sabía si alegrarme de las nuevas experiencias a las que iba a enfrentarme o lamentarme por dejar atrás toda mi vida.

Apenas bajé de ese avión, sentí que todo era diferente. Me carcomía la posibilidad de no volver a ver a mi familia, a pesar de que la compañía de mis padres y hermanos iba a hacer esta nueva etapa más llevadera.

A medida que se fue acercando el momento de empezar en el nuevo colegio, el estómago se me hacía un nudo. ¿Cuántas situaciones negativas iba a vivir el primer día?... Estaba equivocada; mis nuevos compañeros se mostraron receptivos y amables, al igual que los profesores.

Para mi sorpresa lo que más me costó no fueron los primeros meses sino los siguientes, porque no lograba adaptarme a mis compañeros, por vergüenza y miedo a lo que opinaran de mí, una extranjera con un acento distinto. Ellos intentaban integrarme, pero se me hacía imposible confiar en que me aceptarían tal como soy, hasta que un día decidí que no quería seguir así, pues me sentía sola por culpa de mis miedos. Fue una batalla interna constante, pero, al parecer, me he convertido en la ganadora, ya que mis esfuerzos han dado frutos de amistad.

Recuerdo mi primera fiesta, que fue uno de los mejores momentos desde que me había mudado. Al principio estuve cohibida, pero bailé con mis amigos hasta que no pudimos caminar. Estábamos agotados de tanto saltar. Fue entonces cuando conocí a personas nuevas y creé vínculos con ellas. 

Pero, sin lugar a duda, entendí que no quiero irme de España cuando abrí el alma a las personas que están a mi alrededor, sobre todo a partir de que me enamoré, algo que al principio ni se me pasaba por la mente.

Cada día que ha ido pasando he podido crear nuevos recuerdos felices. Me siento integrada más y más. Entiendo que es algo que no se puede forzar y que ha llegado cuando tenía que llegar. Y me he dado cuenta de que los cambios no tienen por qué ser malos si nos ayudan a madurar.  Después de casi tres años, tengo claro que venir a España ha sido la mejor decisión de mis padres.