I Edición
Curso 2004 - 2005
Give love a chance
José María Pastrana, 16 años
Colegio El Redín (Pamplona)
¿Alguna vez nos hemos preguntado por qué, entre los nacidos, a unos se le viste de azul y a otros se les pone un lacito rosa? ¿Por qué unos nacen hombres y otras mujeres? Algunos no lo ven muy claro…, y sin embargo, sin esta división se haría imposible la supervivencia de la especie; aunque no me refiero sólo a eso: no creo que se sea hombre y mujer sólo para procrear, del mismo modo que no se es español sólo para ir a votar y animar a la selección. Se es español –o portugués, me da igual- en esencia, y de un modo mucho más íntimo, se es hombre o mujer. La sexualidad es, por tanto, algo mucho más grande; una señal de identidad, que entraña todo lo que hacemos con nuestra vida, nuestra forma de actuar, de ver las cosas, incluso en los más pequeños detalles.
Ahora bien, seguimos sin responder al porqué fundamental: ¿cuál es el sentido de esta disociación de géneros? Y la respuesta, lo crean o no, es tan clara como antigua: porque allí, en esa corporeidad, es donde la cualidad más grande del hombre, el amor, inventa un infinito, y donde el ser humano se realiza plenamente y adquiere el sentido de la vida: la donación de la existencia a otra persona, para amarla y ser querido por ella, sirviéndose mutuamente. Pues, misteriosamente, es sólo cuando nos damos, que recibimos.
Allí, entonces, en el seno de ese lazo amoroso, nace el nuevo niño, y va adquiriendo de manera complementaria los diferentes valores, de padre y madre, para ser plenamente un ser humano. Y así aprenderá, de mamá a ser ordenado y cariñoso en los detalles, mientras que de papá irá adquiriendo el sentido del honor, de la valentía, que irán perfumando sus días colegiales. Y se irá conformando, ya de modo más político, como un buen ciudadano.
Hasta aquí, bonito. Según lo que he dicho, bastaría llevar esto al congreso para que nuestro presidente diera honor, una vez más, al talante y nos propusiera para el premio Príncipe de Asturias a la concordia. ¡Pero…, ja! Si llegara a colarme en Moncloa y hablara a nuestro gobierno de invertir en familia, pilar de nuestra sociedad y hacienda para el futuro, creo que me llevaría un chasco. Una rosita roja, y a casa. ¿Cómo no se dan cuenta de que invertir en la familia es invertir en el mejor Ministerio de educación, en el mejor Ministerio de sanidad, en el mejor Ministerio de bienestar social? Parece como si actuáramos desde el bando enemigo: no sólo no nos ayudan a edificar la sociedad, sino que encima nos imponen pesos, nos acortan becas, nos ponen dificultades. Parece que ser familia, hoy en día, es como invertir en Gescartera.
La verdad, ¡no lo entiendo! Pero en obstáculos no nos gana nadie: parece que la cosa no se queda aquí. No señor. Ahora quieren, también, hacer de los homosexuales cabeza del progresismo. Como la familia ya no nos “mola”, pues ahora todos salimos del armario y vamos corriendo y dando brincos sobre un arco iris hacia la sede de la prensa rosa, a declarar a todo el mundo ¡que somos gays! ¡Que viva la libertad! Estamos en democracia, y tampoco yo critico a nadie por sus tendencias sexuales. Pero me niego en rotundo a que se le llame matrimonio, ¡nuestro matrimonio!, a esa “unión”, y a que sean unos pobres niños inocentes quienes paguen esa ambición de derechos con que ahora llenan los periódicos, porque va a descuartizar sus cándidas vidas, hechas para soñar con Peter Pan y no con padres gays.