XIV Edición

Curso 2017 - 2018

Alejandro Quintana

Guía del mentiroso

Lucía Casanueva, 17 años

             Colegio Canigó (Barcelona)  

Mentir es un arte. Incluso las personas que habitualmente son sinceras deberían admitirlo. Una buena mentira requiere cuidado, pues hay que encontrar la perfecta combinación entre engaño e imaginación. Una buena mentira tiene que ser creíble, y sencilla pero, a la vez, compleja; una paradoja en sí misma. Debe ser un caballo de Troya elaborado con el máximo detalle, una trampa enmascarada en un gesto de amistad.

La práctica lleva a la perfección cualquier arte, y mentir no es una excepción. Contar continuas mentiras te convierte en un experto, el rey de los mentirosos, capaz de crear un mundo paralelo. Los mentirosos son artistas, actores de patrañas, escritores de engaños y pintores de falsas realidades. Un Frank Abagnale capaz de pasarse una vida mintiendo, construyendo una meticulosa casa de naipes que se saca de la manga, truco tras truco, hasta formar una leyenda sin una base real. Un castillo de Barba Azul, un cuento de hadas que en su interior, sin embargo, esconde un oscuro secreto.

Una buena mentira parece un cuadro de calidad, pero no un cuadro cualquiera, sino un cuadro maldito, porque tarde o temprano las mentiras descomponen la realidad del mentiroso, que acaba por creérselas y por poner en tela de juicio las verdades.

Nadie debería mentir a un mentiroso, porque no le convencerá, ya que piensa el ladrón que todos son de su condición. Los mentirosos no creen en nada ni en nadie, ni siquiera se creen a ellos mismos. Llegados a este punto, la realidad se ve distorsionada, como si no existiera la verdad. Es entonces cuando dejan de ser artistas. Ya ni siquiera son mentirosos; solo son unos pobres necios.