I Edición

Curso 2004 - 2005

Alejandro Quintana

Hablando en clásico

Susana Sánchez Renieblas, 17 años

                  Colegio Montealto, Mirasierra (Madrid)  

     La Historia ha dado muchos pasos adelante gracias a la cultura grecorromana, que ha aportado auténticos hitos en el arte, la literatura, la filosofía, la ciencia o el derecho. Pero lo realmente extraordinario, es que desde el mismo Sócrates han llegado a nuestros días términos que si no fuera porque, en mi caso, estudio lenguas a las que llaman muertas, no podría entender su significado ni conocer su origen. A fin de cuentas, debemos a Grecia y a Roma los pilares de nuestra cultura, que se manifiestan en palabras del uso común como televisión, teléfono, microondas, ortografía o perímetro.

Cualquier persona que estudie Derecho, Medicina, Botánica o Leyes, ha de ser consciente de que también estudia latín y griego. Cuando vamos al pediatra, cuando algún profesor entusiasta nos convence del carpe diem, cuando estimulamos nuestro alter ego, cuando acudimos al traumatólogo por una lumbalgia y nos receta un quiromasaje, estamos volviendo nuestra mirada –aunque sea de modo inconsciente- a aquellas dos grandes culturas a las que deberíamos manifestar nuestro más sincero agradecimiento.

También hemos tomado prestado del mundo clásico todo aquello que describe los vicios, las debilidades o los defectos del hombre actual, y nada mejor que la referencia a la mitología para conseguir tan bellas comparaciones. Todos los días sufrimos una odisea para llegar al trabajo, bien sea por el tráfico, los niños o las prisas. ¿Cuántas veces dejamos de ir a alguna fiesta por considerarla una auténtica bacanal?

Podríamos referirnos a una serie de latinismos que ha adaptado nuestra lengua como propios: porque, a priori, cuando entramos de incógnito en el aula magna para examinarnos, y tratar de mejorar nuestro currículum vitae, todo parece ir como imaginábamos, pero ipso facto, nos damos cuenta de que con nuestro modus operandi no podremos hacer nada motu proprio, y sólo, por el hecho de habernos quedado in albis ante la declinación del rosa-rosae.