I Edición

Curso 2004 - 2005

Alejandro Quintana

Hachedosó

José Manuel del Puerto, 17 años

                  Colegio Virgen de Atocha (Madrid)  

     No hacemos otra cosa más que ver en la televisión, oír en la radio y leer en la prensa artículos y crónicas de la más diversa índole sobre la escasez de agua que este año tendremos que afrontar en todo el territorio nacional.

     Por si la situación fuera poco crítica, tras el telediario observamos atónitos cómo el hombre del tiempo nos avisa sobre las elevadas temperaturas que, durante los meses de estío, deberemos sufrir estoicamente, ¡qué remedio! Desde Paco Montesdeoca a la ministra Narbona, pasando por un elenco de lo más variopinto de personajes públicos, nos instan al ahorro de agua, ese preciado y líquido elemento que recibe por parte de la ciencia un nombre –si me lo permiten- bastante menos poético: hache dos, o lo que es lo mismo: H2O.

     Personalmente, cuando oigo estas recomendaciones se me eriza la piel de sólo pensar en palabras como sequía, restricciones, estrés hídrico o 50º C. Postura egoísta la mía, seguramente compartida por alguno de ustedes también. Tan sólo debemos hacer ejercicio de humildad y pensar en nuestros vecinos del Sur. En estos países sí que se lleva a flor de piel el problema de la escasez de agua. Mientras que en estos pueblos el uso de agua para el lavado de las manos se considera un derroche (informe ACNUR), en algunos ámbitos de nuestra sociedad consumista sentimos una especial admiración hacia aquellas personas que se vanaglorian de ducharse <<varias veces al día, cuando el cuerpo me lo pide>>.

     Atendamos a estos avisos que se convertirán en crudas realidades si no hacemos nada para remediarlo; nada más lejos de suprimir la higiene personal –no sea mi intención convertir los vagones del metro en hora punta en museos del olor corporal-, pero llevemos a cabo un uso estrictamente adecuado y necesario del agua. Si no actuamos por convicción propia, hagámoslo como si de una nueva ley se tratase –y no vale escaquearse-. Pensemos en nuestros vecinos más desfavorecidos que, por otra parte, si no comenzamos a trabajar de inmediato, su calvario diario podrá ser experimentado por nosotros mismos y, lo que es mucho peor, hipotecar con nuestros insolidarios e irresponsables actos a estos pueblos que ya sufren desplazamientos de hasta veinte kilómetros a pie para llegar a pozos insalubres y deteriorados. Todo es cuestión de tiempo y la voluntad que aportemos a la hora de afrontar esta sequía, este asunto acuoso.