V Edición

Curso 2008 - 2009

Alejandro Quintana

Héroes sin “hache”

Maria Asensi, 17 años

                     Colegio Vilavella (Valencia)  

Fui un niño como otro cualquiera. Me gustaba jugar a exploradores en mi jardín, a ser el valiente pirata que vencía al famoso Cracken de los cuentos, a soldado, como los protagonistas de las narraciones de mi abuelo, o a piloto de aviones de combate como los de las películas.

Me disfrazaba con una capa simulando que era Superman y saltaba desde la barandilla del porche en un vano intento de salir despegado del suelo. Mi madre se enfadaba mucho al ver que llegaba con la ropa llena de barro. La lluvia nunca fue impedimento para que me escapara a jugar. No me importaba si era lunes o domingo, pero mi madre se lo tomaba a la tremenda, sobre todo si me ponía la ropa de asistir a la iglesia.

Conforme crecía, también lo hacia mi particular obsesión por esos personajes extraordinarios. Pero necesitaba saber más de ellos, así que por mi décimo cumpleaños pedí como regalo una visita a la biblioteca en busca de nuevos relatos.

Envalentonado, subí las escaleras y entré en el interior de aquel edificio. Los anaqueles repletos de libros, como en un laberinto, me hacían sentir perdido. Al mirar alrededor descubrí un volumen en el suelo. Lo interpreté como una señal del destino y acudí sin vacilar a recogerlo. Era antiguo y en su interior no contenía ninguna ilustración. Las primeras frases rezaban:

“En la mitología griega, un héroe (del griego antiguo ἥρως hērōs) era originalmente un semidiós, descendiente de una deidad y un o una mortal. Posteriormente, en la literatura y el folclore, un héroe o heroína (femenino) es un personaje eminente que encarna la quintaesencia de las cualidades valoradas en su cultura de origen. Comúnmente el héroe posee habilidades sobrehumanas o rasgos de personalidad idealizados o fantásticos que le permiten llevar a cabo hazañas extraordinarias y positivas («actos heroicos») por las que se hace famoso, en contraposición con el villano.”

Eufórico, cerré el libro y regresé a casa, dando por concluida mi investigación sobre los héroes, de los cuales me parecía saberlo ya todo.

Al cumplir quince años, casi había desaparecido mi interés por aquellos semidioses que resultaban imposibles de imitar. Y entonces ocurrió...

La directora del instituto me llamó a su despacho con un tono que jamás habría querido escuchar. Me rogó que tomara asiento. Tras un breve silencio y una mirada desconsoladora, aunque intentando aparentar fortaleza, me contó lo sucedido. Si no hubiera estado sentado, habría caído al suelo...

Mi casa se había incendiado. Mi padre, que regresaba del trabajo en aquellos momentos, llamó de inmediato a los bomberos y acudió en rescate de mi madre, mi abuelo y mi hermana pequeña. Gracias a su rápida reacción, todos pudieron salir a tiempo, pero él tropezó y quedó atrapado entre dos vigas que se acaban de desprender. Los bomberos no tardaron en llegar. Formaron una cuadrilla y acudieron al rescate. Pero la situación era complicada: el humo era demasiado denso y dificultaba la visibilidad. Dos bomberos sujetaban la viga mientras los otros tiraban del cuerpo de mi padre. Pero una de las vigas se rompió y el bombero jefe murió aplastado.

Presencié aquel rescate desde el televisor del hospital donde mi padre se recuperaba de las quemaduras. Unos días después regresé a la biblioteca y volví a buscar lo que años atrás dejé abandonado: “Una persona se convierte en héroe al realizar una hazaña extraordinaria y digna de elogio. A veces una persona anónima puede convertirse en un héroe”.

Comprendí que mi padre y aquellos bomberos eran verdaderos héroes. Héroes sin super poderes. Héroes sin “hache”.