III Edición
Curso 2006 - 2007
Historia de un bolígrafo
María del Rincón, 17 años
Colegio Alcaste (La Rioja)
Mi vida es una de esas historias repletas de aventuras que comienzan hace ya mucho tiempo, en un país lejano. Antes de nada quiero presentarme: me llamo Cib y soy un bolígrafo transparente de tinta azul.
Cuando me fabricaron, allá en la lejana China, era muy feliz. Siempre estaba rodeado de nuevos e impolutos bolígrafos como yo. Pocos días después de ver la luz, una fábrica hizo un gran pedido de material de papelería. Nos metieron en cajas enormes donde había miles de bolígrafos de muchísimos estilos. Luego nos llevaron a un puerto donde embarcamos en un coloso llamado Faboulous.
Recorrimos medio mundo. Atravesamos enormes océanos, hasta que finalmente desembarcamos en el norte del que sería nuestro nuevo país: España. El viaje, aunque apasionante, fue duro para algunos. Las estilográficas del quinto piso cayeron, rompiéndose sus elegantes y afiladas puntas contra el suelo metálico del navío. Hubo otros que no aguantaron el largo recorrido y se secaron. Aunque todos sufrimos, decidimos olvidar para recomenzar de cero en nuestra nueva patria.
Después de varios traslados y cambios de caja, llegué a una pequeña papelería de un barrio costero. Allí fuimos cuidadosamente colocados -mis noventa y nueve compañeros y un servidor- en una estantería por Eduardo, el dueño. Yo estaba ansioso de que alguien me comprara. Era algo ingenuo y soñaba con servir a la humanidad desde mi modesta condición de bolígrafo: firmar tratados de paz, escribir discursos que removieran conciencias...
Cuando finalmente entró una chica pidiendo un boli y sentí la mano de Eduardo cerrarse sobre mi transparente cuerpo, toda mi tinta se me subió a la cabeza. Aquella chica parecía tener prisa, pues me lanzó al fondo de su bolso, pagó y se fue corriendo.
Llegamos a su casa, en donde comencé mi tarea colaborando en escribir un trabajo de historia. La chica me dirigía con pulso débil y escribía un resumen de la vida de un tal Gandhi. Aprendí muchas cosas sobre el mundo que me rodeaba: aquello me gustaba. La chica parecía aburrida y tras una hora me olvidó y comenzó a jugar con el ordenador. El tiempo pasó y cuando se dio cuenta de la hora que era, se puso nerviosa. Quiso terminar lo que había empezado pero la pereza le venció y sacó de Internet un magnífico trabajo.
Mi primera experiencia había resultado un desastre. Además, mi dueña me dejó olvidado sobre la mesa, en donde me quedé varios días sin que nadie se fijara en mí.
Una mañana, por fin, entró en la habitación un chico, que me cogió y me metió en su mochila. Fuimos al colegio y otra vez tuve una mala experiencia: a aquel muchacho sólo le interesaban las matemáticas, así que después de hacer complejas y aburridas operaciones gasté mi tinta en dibujos. Aquel chico no prestaba atención al profesor, y se dedicaba a pintarrajear distraído en los cuadernos.
En la última clase un profesor me cogió prestado y la realidad es que nunca me devolvió. Cuando por fin salimos del colegio, fuimos al metro. Allí aprovechó para avanzar su trabajo. Con este nuevo dueño estuve bastante tiempo y siempre hacía lo mismo: corregía exámenes.
Los exámenes se acabaron y ya no hubo nada más que corregir. El profesor me seguía usando en el metro y una vez me olvidó sobre uno de los asientos. Rodé hasta el suelo hasta que alguien me pisó. Mi frágil cuerpo de plástico se rajó, pero a pesar de todo mi aspecto era bastante bueno.
Una mano me levantó del suelo y vi el rostro curioso de un chico de unos veinte años que se iluminó lleno de alegría por haberme encontrado. Mi vida terminó junto a él. Este último dueño era un universitario lleno de curiosidad. Me utilizó para escribir cartas llenas de contenido a sus amigos. Les transmitía sus inquietudes y espero que mi labor les hiciera reflexionar. Fui feliz, muy feliz. No hice grandes cosas por la humanidad, pero descubrí que para cambiar el mundo hay que cambiar a cada persona. Creo que lo conseguí.