X Edición

Curso 2013 - 2014

Alejandro Quintana

Historias del corazón

Patricia de la Fuente, 16 años

                  Colegio Alborada (Madrid)  

Nicolás echó un vistazo al reloj de la gran sala de baile con aire ausente. La conversación que había entablado momentos antes empezaba a resultarle aburrida. Su mirada se desplazó del reloj a la puerta de entrada, una y otra vez.

-Chico, para las mujeres son lo mismo cinco minutos que una hora –declaró el anciano abogado que hablaba sin freno, al adivinar el motivo de su desesperación.

Le salvó un ataque de tos. Con la excusa de necesitar aire fresco se escapó al jardín, donde al fin pudo disfrutar del silencio.

Al rato, una jovencita rubia vestida de seda verde se sentó a su lado.

-Pensé que no ibas a venir, Adela –le dijo Nicolás mirándola con ternura.

Ella sonrió arqueando las cejas en una graciosa mueca.

-Si sólo me he retrasado “un poquito”.

-Por lo del otro día… ¿No te acuerdas?

Adela se estremeció. Sí, recordaba aquella disputa. Se arrepentía de las cosas tan horribles que le había dicho.

-Me puse muy nerviosa, pero si creyera lo que te dije, no hubiera venido –se inclinó para besarle en la mejilla.

Nicolás apreció que tras la máscara de felicidad de su novia se ocultaba un deje de tristeza.

-¿Cuál ha sido el verdadero motivo de tu retraso, Adela?

La joven se incorporó y comenzó a andar de un lado a otro gesticulando impetuosamente, como si estuviera ordenando sus ideas.

***

-Esto no es lo que buscamos, señorita. Lo siento mucho –le dijo el editor mientras depositaba con desgana los escritos de Adela sobre su escritorio.

Se quedó helada. Después de todo lo que había trabajado…

-No puede ser… He atendido escrupulosamente todas las indicaciones, todas sus exigencias.

El editor la miró fríamente, sin sombra de compasión. Cogió uno de sus cuentos y se lo tendió.

-Su excesiva adjetivación no deja al lector concentrarse en lo realmente importante. Además, sus personajes están idealizados; las historias que nos presenta son imposibles. Y lo peor es que se nota demasiado lo que siente por cada uno de sus personajes. Olvide sus sentimientos, señorita. Debe ser objetiva y contar la historia desde afuera.

Aquel hombre observó la expresión de Adela. La decepción pintada en su rostro parecía divertirle sádicamente. Quizás pensó que, como otros escritores, se sometería a su voluntad. Sin embargo, se sorprendió al ver que la joven se levantaba.

-De acuerdo –dijo recogiendo sus escritos–. Me marcho.

El editor no pudo evitar un comentario sarcástico mientras le abría la puerta del despacho.

-Dedíquese a otra cosa, señorita. Escribir no es lo suyo.

***

-¿Eso es todo? –inquirió Nicolás tras escuchar el relato de Adela.

La joven enrojeció y las lágrimas asomaron a sus ojos.

¿Todo?... Tú sabes cuánto he trabajado. Escribir es mi pasión, lo que más me gusta… Se dejó caer en un banco de piedra–. Creí que nadie me va a detener, pero se ha acabado; no volveré a escribir nunca más.

Nicolás, a su lado, la abrazó.

-No es posible… ¿Es mi Adela la que habla? ¿Es su boca la que dice que se rinde? Ella nunca se dejaría vencer.

-Lo tengo decidido. Mis relatos, por muy buenos que sean, siempre son rechazados. La conclusión que he sacado es que no sirvo para este oficio. Ha llegado la hora de abandonar este sueño. No quiero más disgustos.

-Eso no puede ser. ¿Recuerdas el otro día? –. Se miraron–. Discutimos, sí, pero aquí estamos: como si no hubiera pasado nada. Así somos las personas. Y tú, que eres la más valiente, ¿cómo no vas a levantarte esta vez? Te he visto desfallecer cada vez que enviabas tus historias a las editoriales, y también he visto cómo te rehacías al contar con el apoyo de los que te queremos.

-Pero qué es lo que quieren. Entiendo que puedo reducir mi adjetivación, pero no dejar de sentir a mis personajes, precisamente porque salen de mí. En esto no puedo hacerles caso a los editores –Adela suspiró mientras se recostaba en el pecho de Nicolás. Él le acarició la cabeza.

-Estoy totalmente de acuerdo contigo, amor mío…

-Tienes razón, Nicolás, me he dado cuenta de que la inspiración lleva conmigo mucho tiempo.

Nicolás comprendió lo que escondían aquellas palabras y la emoción empañó sus ojos.