XV Edición
Curso 2018 - 2019
Historias en lo evidente
Coral Fernández–Palacios, 17 años
Colegio Entreolivos (Sevilla)
Julio era un estudiante universitario alto y desgarbado que escribía desde joven. Sabía por experiencia que encontrar buenas historias no era tarea fácil. Las buenas historias tienden a esconderse en recovecos que los artistas pasan por alto. Pero un día, Julio descubrió que las historias estaban por todos los lugares.
Al levantarse de la siesta decidió visitar a su amiga Claudia, que estudiaba Bellas Artes y vivía en la plaza de El Salvador. Al llegar allí la encontró muy alterada y le preguntó que qué le ocurría.
—¿Qué me ocurre? —. Claudia tenía una mirada entusiasta, casi enloquecida—. ¡Que hay obras de arte por todas partes!
—¿Obras de arte por todas partes?... —. Julio puso una sonrisa burlona.
—Sí. He salido a la calle y a cada paso que daba he encontrado un posible cuadro que pintar. Ahora, si me disculpas, debo sacar mi caballete. ¡Tengo mucho trabajo por hacer!
Y con un ademán le indicó que podía irse.
Julio salió de casa de Claudia, sacó su teléfono y empezó a ojear Instagram mientras pensaba en Claudia y en las tonterías que se le ocurrían. Al darse cuenta de que aún era temprano y aprovechando que hacía buen tiempo, decidió dar un paseo por el centro de Sevilla. Anduvo por aquellas callejuelas sin quitar los ojos de la pantalla del teléfono, hasta que al cabo de un rato se quedó sin batería. Al levantar la cabeza se encontró con a un artista callejero que estaba pintando con tiza sobre la acera un dibujo de grandes dimensiones. Se trataba de un charco.
«Qué tontería», pensó Julio, «no entiendo el interés que puede tener dibujar algo así».
Pero al acercarse un poco descubrió que en el charco se reflejaba el retrato de una muchacha, de forma que se fundía con el agua de modo casi imperceptible.
Al doblar la siguiente esquina, se topó con unos chicos que tocaban la guitarra y el bajo mientras cantaban. Pedían palabras aleatorias a algunas personas que pasaban por la calle, con las que construían los versos de sus melodías. Julio se quedó asombrado por aquella creatividad tan espontánea. Esperó a que terminase la canción para preguntarles cómo eran capaces de componer la letra sobre la marcha.
—No es tan difícil —le contestó uno de los músicos—. Tienes que pensar qué significa cada palabra para ti y con qué la puedes relacionar.
Julio consultó su reloj. Como ya era tarde, decidió volver casa. Cuando estaba cerca de su portal se detuvo, cerró los ojos unos instantes y se dio cuenta de que, al igual que el artista que pintaba con tiza o los chicos que cantaban, también él podía crear historias a partir de los elementos corrientes de su día a día. En ese momento fue consciente de que la calle estaba llena de historias: fantásticas, graciosas, románticas, para pequeños y mayores, historias de todo tipo….
Subió a su piso, puso el teléfono a cargar y telefoneó a Claudia.
—No te vas a creer lo que me ha pasado desde que salí de tu casa. Al fijarme en todo lo que me rodeaba, he descubierto un montón de historias que esperan a ser escritas.
—Pues, claro, Julio —le felicitó ella, alborozada—. Al igual que yo descubro temas para mis cuadros, tú descubres historias que escribir. Eso es lo bonito del arte, que está por todas partes. Para encontrarlo solo debemos fijarnos en aquello que nos parece evidente.
Y con una sonrisa Julio se despidió de Claudia, colgó el teléfono, abrió su libreta y se dispuso a redactar.