V Edición

Curso 2008 - 2009

Alejandro Quintana

Hoy quise ser un libro

Ana Isabel Porcel, 17 años

                  Escuela Zalima (Córdoba)  

Hoy me he despertado queriendo ser un libro.

Ha sonado el despertador, como siempre, y como siempre lo he apagado.

Entonces he abierto los ojos y he mirado hacia la estantería, repleta de volúmenes cargados de páginas y páginas... Sencillamente, he querido convertirme en uno.

Miré alrededor y todo era distinto. Me sentí reducida. Del susto, me caí de la estantería. Los demás libros me miraban, inquietos y con terror. ¿Los libros me estaban mirando...? ¿Desde cuándo los libros miran?

Intenté levantarme, pero no podía. Algo tiraba de mí. Observé con horror a ambos lados y pude ver que mi cuerpo se había convertido en un montón de páginas encuadernadas. real.

Una chica me miró extrañada mientras me cogía para colocarme de nuevo sobre la estantería.

-¿Estás bien? –me preguntó un caballero-. ¿Me oyes, buen amigo?

-Perdona -respondí confusa.

-Ha sido por la caída –intervino una dulce doncella que iba del brazo del caballero.

La doncella contempló con desdén a una bruja de largo sombrero y nariz caballuna.

-Esta vez no he sido yo, lo prometo –se apresuró a aclarar.

-¿Quiénes sois? –les pregunté, nerviosa.

El caballero, armándose del valor que corresponde a todo hombre de ejército y espada, me miró fijamente a los ojos y comenzó a relatarme la historia de su vida. Porque, estaba claro, consideraba que yo pertenecía al mismo lugar.

Me contó que en nuestra existencia las cosas sucedían al pairo. Antes teníamos previsto, incluso, otro final más trágico y triste. Pero hicieron un extraño viaje que les llevó a la pluma de un hombre que comenzó a mimarlos, a perfilar gradualmente. Tiempo después llegamos a un extraño hangar repleto de máquinas que olía a tinta y amoniaco. Y fue allí donde nos conocimos, me aseguró. Ellos asistieron a mi nacimiento, vieron cómo las máquinas me cosían el lomo y cómo me pegaban a las duras pastas. El caballero entonces hizo un halago a mi cubierta. Yo correspondí con una sonrisa.

-No te hagas ilusiones -comentó la bruja-. Hace mucho tiempo que nadie nos lee.

-¿Por qué?

-Porque nuestra joven propietaria se ha hecho mayor –explicó enfurruñada.

-¿Somos un cuento infantil?

-Sí -añadió el caballero-. Un cuento que enseña las más bellas lecciones.

Ninguna novela podrá superarnos.

De pronto sentí un bamboleo. Acababan de cogerme. Abrieron mis tapas y comenzaron a hojearme. Noté un leve cosquilleo cuando pasaban mis páginas.

Mis nuevos amigos saltaban para representar en la imaginación del lector cada una de las imágenes recogidas en los párrafos.

Al rato me dejaron de nuevo en la estantería. Me quedaba una extraña sensación de soledad a la espera de que se volvieran a acordar de mí.

-Joven dama –dijeron a una los tres personajes–, es hora de que vuelva a su lugar.

Les prometí que nunca les olvidaría mientras la bruja comenzaba a recitar un sortilegio. Noté cómo el sueño se apoderaba de mis parpados.

En cuanto me levanté de la cama, me dirigí a la estantería. Encontré el volumen de cuentos, lo ojeé y allí encontré a mi dama, el caballero y la amigable bruja. Acaricié suavemente el lomo de todos mis libros al tiempo que sostenía áquel. Lo miré agradecida.