X Edición

Curso 2013 - 2014

Alejandro Quintana

Ilusión infantil

Pilar Cano, 14 años

                 Colegio La Vall (Barcelona)  

Celia era una mujer muy ocupada. Trabajaba en una empresa del sector automovilístico. Recibía llamadas a todas horas, cientos de emails al día. De remate, algunas noches, al regresar a casa, se pasaba unas cuantas horas frente al ordenador para completar tareas que le habían quedado pendientes.

Una tarde, al volver del trabajo, algo le llamó la atención al caminar junto al parque. Tumbada en la hierba estaba su hija Eva, que tenía seis años, apoyada la cara en las manos mientras observaba un caracol. A Celia le sorprendió la atención con la que miraba al pequeño animal.

Aquello era lo único importante para la niña. A su temprana edad, el caracol era más que suficiente para distraerse.

Sin darse cuenta, Celia sonrió al tiempo que se acercaba a su hija.

-Hola cariño.

-¡Hola mami! Mira qué bonito.

Eva señaló con el dedo al bicho, que se deslizaba lentamente por el canto de una hoja.

-Muy bonito cielo. ¿Lo has cogido tú solita?

La niña asintió.

-¿Quieres quedarte aquí conmigo? –le preguntó con su voz infantil.

-Eva, cariño… Es que tengo que hacer un par de…-se detuvo ante el gesto de su hija, que había levantado las cejas ligeramente y tenía una pequeña sonrisa dibujada. No podía decirle que no–. Está bien, me has convencido.

Eva se levantó de un salto y abrazó a su madre por la cintura.

–Deja tus papeles en el suelo y túmbate conmigo.

Celia le obedeció. Juntas, sobre la hierba, miraron hacia el cielo.

-Fíjate en las nubes, mami. A mí me gusta mucho hacerlo y pensar en cosas buenas, porque las malas no me gusta recordarlas.

Luego continuó hablando de todo aquello que había hecho en el colegio. Celia no la escuchaba. La tierna voz de Eva solo era un susurro de fondo mientras recordaba. Volvieron a su mente los momentos más felices de su infancia y lo mucho que disfrutaba junto a su familia y sus amigos. Entonces no le agobiaban las preocupaciones, pues las pequeñas cosas eran las únicas importantes.

Abrió los ojos. Sin haberse dado cuenta del paso del tiempo, Celia y Eva ya estaban mirando las estrellas.