XVII Edición

Curso 2020 - 2021

Alejandro Quintana

Ilusiones rotas 

Diego Fernández-Victorio, 15 años

Colegio El Prado (Madrid)

Hasta la muerte de su hermano Rubén, Lucas había sido un niño extrovertido, creativo, alegre y un poco rebelde. Todo lo cambio una llamada. Estaba comiendo en su casa cuando sonó el teléfono. Era un médico que, desde un hospital, les dio la fatal noticia: Rubén había muerto atropellado por un conductor ebrio. En cuanto entendió por los comentarios de su madre lo que había ocurrido, Lucas echó a correr. Salió de su casa hacia las canchas de baloncesto en las que jugaba junto a su hermano y sus amigos. No le importó la lluvia, que se mezcló con sus lágrimas.

Se sentó junto a una canasta y recordó con nostalgia algunos de los momentos más felices de su vida junto a Rubén, como la tarde en la que, al volver del colegio en compañía de Juan, el mejor amigo de su hermano, se encontraron una guitarra. Juan empezó a tocarla, Lucas le acompañó con la voz y Rubén sacó unas baquetas de su mochila y se puso a golpearlas contra los contenedores de la calle, lo que fue el inicio del proyecto de formar una banda. También aquella otra noche en la que, vestidos de negro, siguieron al vecino del quinto, un hombre misterioso, para averiguar a qué se dedicaba. Descubrieron que era productor musical y que se dirigía a la actuación de uno de sus clientes. 

Lucas sacó de su bolsillo una lista que había escrito junto a Rubén, que contenía todas las cosas que querían hacer antes de que este entrara en la universidad. Había proyectos, sueños, ideas locas e, incluso, una gamberrada para realizar en el instituto. Era el efecto de una serie de libros que leyó Lucas: “Los peores años de mi vida''. Pretendían llenar de jabón los aspersores antiincendios, de manera que, en cuando sonara la alarma, los pasillos se llenarían de espuma, convirtiéndose en una fiesta. Lucas se prometió a sí mismo que la llevaría a cabo junto a Juan, en honor de su hermano fallecido.         

Abandonó sus pensamientos, se levantó y fue hacia la parada del autobús. Mientras caminaba telefoneó a Juan para quedar con él en el banco del mirador. Una vez en la parada, volvió a sumirse en sus pensamientos. Sacó de nuevo la lista y observó que entre todas las cosas que faltaban por hacer, había una que estaba especialmente subrayada: grabar un disco en la que incluirían aquella canción que escribieron a la salida del colegio.

Al encontrase con Juan, Lucas le comento cómo había sucedido el accidente. Juntos recordaron los momentos más felices que pasaron junto a Rubén. Después de un rato en el que hablaron de diversas anécdotas, se quedaron con la mirada pérdida en las luces nocturnas de la ciudad. Lucas sacó el papel de su bolsillo una última vez, lo observo con rabia y lo rompió en pequeños trozos que salieron volando con una ráfaga de viento, que también se llevó los sueños de aquellos tres amigos.